21 – Octubre. Viernes de la XXIX semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio
según san Lucas 12, 54-59
Decía también a la gente:
«Cuando veis subir una nube por el poniente, decís enseguida: “Va a caer un aguacero”, y así sucede. Cuando sopla el sur decís: “Va a hacer bochorno”, y sucede.
Hipócritas: sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, pues ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que es justo?
Por ello, mientras vas
con tu adversario al magistrado, haz lo posible en el camino por llegar a un
acuerdo con él, no sea que te lleve a la fuerza ante el juez y el juez te
entregue al guardia y el guardia te meta en la cárcel. Te digo que no
saldrás de allí hasta que no pagues la última monedilla».
Comentario
Ya en los
tiempos antiguos los hombres eran capaces de predecir el tiempo climático,
porque Dios los hizo partícipes, desde la creación del mundo, de su sabiduría
para “interpretar el aspecto del cielo y de la tierra”. Pero los signos y
prodigios que aquellos hombres veían, las enseñanzas que escuchaban eran más
que suficientes para reconocer en ellos la venida del Mesías salvador. ¿De qué
les podía servir a aquellas gentes conocer las cosas terrenas si no aceptaban a
su Creador, venido al mundo para “reconciliar todos los seres consigo”?
(Colosenses 1,20).
Con Jesús, el
tiempo ha llegado a su plenitud (cf. Gálatas 4,4); la salvación y la conversión
del corazón están al alcance de todos. Todo hombre, en el sagrario de su conciencia,
puede discernir entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto. Mientras
somos caminantes, Dios nunca deja de dar a sus hijos los medios para
reconocerle y convertirse a él, incluso hasta el último instante de la vida
terrena, como hizo con el buen ladrón, que reconoció en Jesús al Dios que le
podía salvar de la muerte eterna (cf. Lucas 23,42).
Jesús nos dice
que incluso el temor por una justa condena puede llegar a ser un válido motivo
para cambiar de vida y reconciliarse con Dios y con el prójimo. Para ello es
necesaria la humildad, abandonar la actitud hipócrita del que presume de saber
mucho de la ciencia humana, pero no reconoce en el fondo de su corazón la
presencia de un Dios que “no quiere la muerte del impío, sino que se convierta
de su camino y viva” (Ezequiel 33,11). A propósito de la relación entre la
ciencia humana y la humildad, san Josemaría escribió: “Tú, sabio, renombrado,
elocuente, poderoso: si no eres humilde, nada vales. –Corta, arranca ese
"yo", que tienes en grado superlativo –Dios te ayudará–, y entonces
podrás comenzar a trabajar por Cristo, en el último lugar de su ejército de
apóstoles”[1].
[1] San
Josemaría, Camino, n. 602.
Josep Boira
Fuente: Opus
Dei






