22 – Octubre. Sábado de la XXIX semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio
según san Lucas 13, 1-9
En aquel momento se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían.
Jesús respondió:
«¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque han padecido todo esto? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera».
Y les dijo esta parábola:
«Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto
en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: “Ya ves, tres años llevo
viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué
va a perjudicar el terreno?”. Pero el viñador respondió: “Señor, déjala
todavía este año y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré
estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar”».
Comentario
La invitación
de Jesús a la conversión personal sigue siendo apremiante. Los interlocutores
de Jesús pensaban que la causa de algunas desgracias e injusticias eran los
pecados de esas mismas víctimas. Hasta sus mismos discípulos manifestaron esta
misma mentalidad cuando vieron al ciego de nacimiento: “Rabbí, ¿quién pecó:
éste o sus padres, para que naciera ciego?” (Juan 9,2). Se hacían a sí mismos
jueces inapelables de las conciencias ajenas. Jesús, sin embargo, les reprocha
esa actitud, pues no examinan su propia vida, desconocen el estado de su alma,
de modo que no se convierten.
La conversión
es volverse a Dios, y con su luz, reconocer el propio pecado, y emprender una
vida nueva, según las palabras del Salmo: “Ten misericordia de mí, Dios mío,
según tu bondad; según tu inmensa compasión borra mi delito. (...) Yo reconozco
mi delito, y mi pecado está de continuo ante mí” (Salmo 51,3.5). “Jesucristo es
el rostro de la misericordia del Padre”, recordaba el Papa Francisco al
convocar el jubileo extraordinario de la misericordia[1].
La parábola de
Jesús nos habla de la paciencia de Dios. El dueño de la higuera plantada en la
viña lleva tres años esperando a que ese árbol dé fruto, y está dispuesto a
esperar un cuarto año, pues el viñador le ha prometido que hará todo lo posible
para que la siguiente cosecha no vuelva a ser infructuosa. Ciertamente, “el
Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en misericordia”
(Salmo 103,8). Pero esa paciencia divina no puede ser excusa para retrasar la
conversión, para dejar de acudir una vez y otra a las fuentes de la gracia
divina: los sacramentos, la savia divina que empapa y vivifica nuestra alma, y
nos convierte en personas que dan fruto.
[1] Francisco, Misericordiae
vultus, n. 1.
Josep Boira
Fuente: Opus
Dei






