Mártir, 30 de octubre
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Martirologio
Romano: En Tánger, ciudad de Mauritania, pasión de san Marcelo, centurión,
que el día del cumpleaños del emperador. mientras los demás ofrecían
sacrificios, se quitó las insignias de su función y las arrojó al pie de los
estandartes, afirmando que por ser cristiano no podía seguir manteniendo el
juramento militar, pues debía obedecer solamente a Cristo, y así consumó su
martirio al ser inmediatamente decapitado († c. 298).
Breve
Biografía
Marcelo es un Centurión que, según parece, pertenecía a la Legio VII Gemina y el lugar de los hechos bien pudo ser la ciudad de León.
Su proceso
tuvo lugar en dos pasos: primero en España, ante el presidente o gobernador
Fortunato (28 de Julio del 298) y en Tánger el definitivo, ante Aurelio
Agricolano (30 de octubre del mismo año).
Fortunato
envió a Agricolano el siguiente texto causa del juicio contra Marcelo:
"Manilio Fortunato a Agricolano, su señor, salud. En el felicísimo día en
que en todo el orbe celebramos solemnemente el cumpleaños de nuestros señores
augustos césares, señor Aurelio Agricolano, Marcelo, centurión ordinario, como
si se hubiese vuelto loco, se quitó espontáneamente el cinto militar y arrojó
la espada y el bastón de centurión delante de las tropas de nuestros
señores".
Ante
Fortunato, Marcelo explica su actitud diciendo que era cristiano y no podía
militar en más ejército que en el de Jesucristo, hijo de Dios omnipotente.
Fortunato,
ante un hecho de tanta gravedad, creyó necesario notificarlo a los emperadores
y césares y enviar a Marcelo para que lo juzgase su superior, el viceprefecto
Agricolano. En Tánger, y ante Agricolano, se lee a Marcelo el acta de
acusación, que él confirma y acepta, por lo que es condenado a la decapitación.
La
historia es así de escueta a la distancia de casi dieciocho siglos.
La
leyenda -no necesariamente falsa- abunda en algunos detalles que, si bien no
son necesarios para el esclarecimiento del hecho, sí lo explicita, o al menos
lo sublima para estímulo de los cristianos. Así, se añade la puntualización de
que se trataba de un acto oficial y solemne en que toda la tropa militar estaba
dispuesta para ofrecer sacrificios a los dioses paganos e invocar su protección
sobre el Emperador.
Los
descreídos probablemente aseveren que un acto así es propio de un loco; sí, una
locura. Perder la vida... por nada. Ya lo dijo también el jefe romano.
Los
cobardes, con su ánimo pusilánime, probablemente afirmen que Marcelo hizo el
tonto; en fin, que algunas veces, en situaciones delicadas, es preciso
contemporizar cuando los tiempos vienen así, que hay que saber adaptarse y
que... lo importante es creer en Dios.
Los
fanáticos, dejándose llevar de la temeridad impulsiva que los caracteriza,
quizá digan que un hombre con fe, en una situación como esa, debía haberse
liado a sablazos con los jefes y con los demás soldados. Fue... un miserable
blando.
La
Iglesia ve en Marcelo... a un mártir.
Fuente: Archidiócesis de Madrid






