18 – Noviembre. Jueves. Dedicación Basílicas de San Pedro y San Pablo
![]() |
Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Mateo 14, 22-33
Enseguida Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario.
A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma.
Jesús les dijo enseguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!».
Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua».
Él le dijo: «Ven».
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame».
Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?».
En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la
barca se postraron ante él diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios».
Comentario
En su vida sobre la tierra, Jesús siempre encontraba tiempo para
rezar, incluso cuando los planes parecían complicarse. En la escena que
contemplamos hoy se ve como, con divina astucia, manda a los discípulos que se
suban a la barca y le precedan, mientras él despide a la muchedumbre. Pero su
verdadero propósito era estar a solas con su Padre.
Lo que sigue en aquella noche es una clase de fe que tiene como
protagonista a Pedro.
Los discípulos estaban luchando con el viento contrario y un mar
agitado. Es lo que ocurre cuando nos alejamos del Señor y nos encontramos sacudidos
por las olas de la incertidumbre y del desaliento.
Es algo que Dios había previsto para volver a encontrarnos: “No
tengáis miedo, Yo soy”, dice utilizando el nombre que Dios había revelado a
Moisés en el monte Sinaí (Ex 3,14). En este momento Pedro, con su gran fe,
toma la iniciativa loca de ir hacia el Maestro: “Manda que yo vaya a ti sobre
las aguas”.
Lo había aprendido de Él: “En verdad os digo que cualquiera que
diga a este monte: «Arráncate y échate al mar», sin dudar en su corazón, sino
creyendo que se hará lo que dice, le será concedido” (Mc 11,23). Lo que
aquí pide Pedro no es que un monte se eche al mar, sino volver a Jesús en un
momento de dificultad. Y así, delante de los ojos asombrados de sus compañeros,
empieza su paseo sobre las aguas.
¡Qué alegría la de Jesús al ver este acto de fe profunda del
príncipe de los apóstoles! Los actos de fe son una de las cosas que vuelven
loco a Jesús: “¡Qué grande es tu fe!” (Mt 15,28).
Pero faltaba algo a esta demostración de fe y Pedro empieza a
hundirse... hasta que grita: “¡Señor, sálvame!”.
La verdadera fe no es fruto de nuestra fuerza, sino algo que viene
de la mano de Dios, si le suplicamos y nos abandonamos en Él. Y “al instante
Jesús alargó la mano” y le sujetó” diciéndole “hombre de poca fe”. El tono de
estas palabras no sería de decepción sino de ánimo: “Pedro, he admirado tu acto
de gran fe, pero no olvides que sin mí nada puedes”. Y enseguida se calmó el
viento.
Hoy es un buen día para agradecer a Dios el fundamento de fe que
nos ha dado en Pedro, para dirigir, a través del Papa, la barca de la Iglesia.
Giovanni Vassallo
Fuente: Opus Dei