El lugar en la Capilla Sixtina donde el neo-pontífice abandona sus vestiduras cardenalicias, para lucir las papales
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OSSERVATORE ROMANO / AFP |
Los
cardenales electores guiados por la luz del Espíritu Santo, encerrados en cónclave
los días que sean necesario en la espectacular Capilla Sixtina del Vaticano,
eligen quien será el sucesor de Pedro.
¿Pero qué sucede un momento antes de
la tan esperada «fumata blanca»?
Los cardenales electores están “encerrados con llave”, como la
misma palabra lo sugiere, cónclave: del latín cum clave, (bajo llave).
Una tradición que no proviene desde las primeras elecciones, sino
desde el 1270 en ocasión del conocido conclave de Viterbo.
Llevando ya la
sede vacante más de 33 meses, los habitantes de esta ciudad italiana, cansados,
encerraron bajo llave a los electores en la sala grande del palacio papal y
descubrieron parte del techo para obligarles a decidir rápido.
El papa elegido en esa ocasión, Gregorio X, testigo de este hecho,
instituyó el conclave verdadero y propio en 1274, una institución para
garantizar la libertad de los cardenales electores y también un tiempo reducido
para la elección del Papa.
El escrutinio
La elección del nuevo pontificio es por escrutinio, es decir, por
el voto y para que esta elección sea válida se requieren las dos terceras
partes de los votos.
Cada votación se divide en tres fases:
Antesescrutinio: el
maestro de ceremonias prepara y distribuye dos o tres votos a cada cardenal
elector, con la inscripción Eligo in Summum Pontificem (Elijo un Sumo
Pontífice).
Inmediatamente después de la distribución de las papeletas, antes
de que los electores escriban en su papeleta, se van el secretario del colegio
cardenalicio, el maestro de celebraciones litúrgicas pontificias y el maestro
de ceremonias.
El último cardenal diácono cierra y abre la puerta cuando es
necesario.
Scrutinium vere proprique: Cada
cardenal coloca su voto en un plato en el altar frente al fresco del Juicio
Final de Miguel Ángel, mientras hace el siguiente juramento:
«Testor Christuum Dominum, qui me iudicaturus est, me eum eligere,
quiam secundum Deum iudico eligi debere» («Pongo por testigo a Cristo Señor,
que me juzgará, que doy mi voto al que, según Dios, considero que tiene que ser
elegido»).
Luego alza el plato con el voto y lo coloca en la urna.
Post-escrutinio: Esta
última fase incluye el conteo de los votos y la quema de las papeletas en la
estufa, en el caso de que no haya sido elegido ningún candidato a pontífice, se
asegura que la «fumata» que anuncia el pueblo sea negra.
De lo contrario si se ha alcanzado el quórum, la «fumata» será
blanca anunciando que la Santa Iglesia tiene un nuevo sucesor de Pedro.
Proclamación del Nuevo Pontífice
Una vez producida la elección canónica, el último de los
cardenales diáconos llama a la capilla Sixtina al secretario del colegio
cardenalicio, al maestro de celebraciones litúrgicas y a dos ceremonieros.
El cardenal decano en nombre de todos los electores dice al
cardenal electo la siguiente frase: «Acceptasne electionem de te canonice
factam in Summum Pontificem?» (¿Aceptas tu elección canónica como Sumo
Pontífice?).
Una vez dada la respuesta afirmativa, le pregunta: «Quo nomine vis
vocari?» (¿Con cuál nombre quieres ser llamado?).
El sumo pontífice responde: «Vocabor…» (Me llamaré…).
La sala de las lágrimas
La sala de las lágrimas es la sacristía de la Capilla Sixtina, el
lugar donde el Papa recién elegido abandona sus vestiduras cardenalicias, para
lucir las papales.
En
general hay tres tipos de medidas distintas de vestidura papal. El nuevo
pontífice elegirá la más adapta a su talla.
Se recuerda una anécdota simpática de cuando fue electo Juan
XXIII. Él era de complexión baja y robusta, ninguna de las
vestidura le era adapta, por lo tanto tuvieron que cortar de los costados una y
asegurarla con alfileres imperdibles.
Volviendo a la sala, es una pequeña y sencilla habitación muy
íntima y recogida, que se llega por una puerta que se encuentra al lado izquierdo
del Juicio Final.
Es denominada de «las lágrimas», porque es muy fácil que el nuevo
Papa rompa en llanto por la emoción y el peso de la responsabilidad del papel
que, de en ese momento en adelante, cae sobre sus hombros.
Como
lo hizo Papa Gregorio XIV, el 5 de diciembre de 1590, que apenas entrando en la
sala derramó lágrimas de conmoción.
Es el momento que tiene el neo-pontífice para meditar y contemplar
la sucesión del mismo Cristo:
«Tú eres
Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder de la Muerte no
prevalecerá contra ella.
Yo te daré las llaves del Reino de los
Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que
desates en la tierra, quedará desatado en el cielo»
Mt 16: 18-19
A continuación los cardenales rinden un acto de obediencia y
respeto al nuevo Papa y cantan el «Te Deum (laudamos)», para agradecer el éxito
de este evento tan querido por ellos.
Desde la logia central de la basílica de San Pedro se extiende un
sonido potente con el finalmente ¡Habemus Papam!, dirigido al Pueblo de Dios
reunidos en el gran brazo de la plaza san Pedro. El nuevo Papa lo escuchará
desde «la sala de las lágrimas».
Maria Paola Daud
Fuente: Aleteia