Los días de preparación a la Navidad son un tiempo que nos educa en la paciencia. Nos recuerdan que vivimos esperando siempre algo mejor
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| Rus Limon | Shutterstock |
Nos falta paciencia, es una virtud difícil. Nos hace
falta educarnos en ella. Tememos pedírsela a Dios y ver cómo nos manda
oportunidades para ponerla en práctica.
Nos gustaría que las cosas fueran como deseamos y en el tiempo que
deseamos.
Quisiéramos
que los sueños se hicieran siempre realidad. Pero las cosas no suceden a
nuestro tiempo, a nuestra manera. No todo está listo cuando pretendemos. Además
hay personas que ponen a prueba nuestra paciencia.
No hacen lo que queremos cuando lo mandamos y de la forma como
queremos. No actúan como nosotros lo haríamos en el momento en el que delegamos
y confiamos en ellos.
Necesitamos paciencia para
aceptar que los demás no van a hacerlo todo como esperamos. Tener más paciencia para esperar el día que deseamos.
El viaje que anhelamos, el encuentro que amamos.
Sabemos que las cosas no serán como queremos cuando las queremos.
Necesitamos esa paciencia para vivir con el que no se comporta como nos
gustaría. Paciencia para sobrellevar el pecado de mi hermano.
Mucha paciencia para alcanzar los objetivos que nos hemos marcado.
El padre José Kentenich decía:
Cada uno tiene una imagen de lo que debe llegar a ser. Y mientras no lo sea, su paz no será completa.
2. PONERNOS EN CAMINO
Estamos
en camino, sabemos lo que queremos llegar a ser, intuimos que dentro de
nosotros hay mucho que no hemos vivido, muchas cosas que no hemos llegado a
realizar.
Tenemos una imagen de lo que podemos
llegar a ser. Una imagen ideal, soñada por Dios. Él nos ha dado
un nombre y cuando lo pronuncia algo vibra dentro de nosotros. Cuando sea lo
que Él espera de mí tendré la paz definitiva.
De momento esperemos impacientes la oportunidad para crecer, para
cambiar, para mejorar. Ser pacientes con los demás, con los tiempos de Dios que
no son los nuestros. Ser más solícitos cuando alguien nos requiera.
El Adviento es un tiempo que nos educa
en la paciencia. Nos recuerda que vivimos esperando siempre algo mejor.
Me gustan las palabras de san Ignacio cuando elogia a san
Francisco Javier por su prontitud para la acción:
Me
basta con enviar a decirle sólo una palabra (¡ven!) y al instante abandona
tierras y mares.
Busquemos estar siempre disponibles, atentos para servir, para
ponernos en camino.
Miremos a María. Ella sí se pone en camino cuando su prima Isabel
la necesita. No lo duda, no cede a la comodidad o a la prudencia. Deja
todo como está y emprende el camino de la ayuda sabiendo que también Ella
necesita cuidados porque está esperando al Hijo de Dios.
Y al mismo tiempo es paciente. No se altera cuando José emprende
con Ella el camino hacia Belén. No se impacienta cuando el tiempo se detiene en
Nazaret y nada especial sucede. No tiene prisa cuando Jesús comienza su vida
pública. Teme por su vida pero entiende que hay un plan que no conoce.
Por eso no le exige a Dios que se manifieste, que haga algo
extraordinario. Si era verdad que Jesús era Hijo suyo de alguna forma acabaría
sucediendo algo especial.
Ante la cruz María permanece paciente, calmada, con dolor,
llorando, confiando. María guardaba todo en su corazón desde que
conoció al ángel.
No
vivió exigiendo que todo sucediese a su manera. María nunca duda del amor de
Dios. Sabe que Dios la ama y eso le basta.
Aprendamos a esperar como los pastores, como los magos, como
María. Corramos al encuentro de Dios cuando sea necesario. Esa disponibilidad,
esa generosidad son un don del Adviento.
Pacientes para la vida. Dispuestos para el servicio como María en
Adviento que aguarda sirviendo el nacimiento de su Hijo.
Aprendamos a actuar pacientemente cuando las cosas no suceden
cuando queremos. Y estar disponibles cuando nos pidan que amemos, que nos
entreguemos, que sirvamos.
Soñemos con el que puedo llegar a ser
si le dejo a Dios hacerse carne de mi carne y cambiarnos por dentro.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia






