15 – Diciembre. Jueves de la III semana de Adviento
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Evangelio
según san Lucas 7, 24-30
Cuando se marcharon los mensajeros de Juan, se puso a hablar a la gente acerca de Juan:
«¿Qué salisteis a contemplar en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? Pues ¿qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido con ropas finas?
Mirad, los que se visten fastuosamente y viven entre placeres están en los palacios reales. Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Este es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino ante ti”. Porque os digo, entre los nacidos de mujer no hay nadie mayor que Juan. Aunque el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él».
Al oír a Juan, todo el pueblo, incluso los
publicanos, recibiendo el bautismo de Juan, proclamaron que Dios es
justo. Pero los fariseos y los maestros de la ley, que no habían aceptado
su bautismo, frustraron el designio de Dios para con ellos.
Comentario
Dios tiene
planes muy concretos para cada uno de nosotros. Nadie es abandonado a su libre
albedrío, sino que Dios nos enseña un camino para que seamos inmensamente
felices. Tú y yo podemos seguir el camino de Dios o podemos fabricarnos uno
propio.
El Evangelio
termina diciendo que los fariseos frustraron el plan de Dios para el pueblo.
Estas palabras tienen mucha fuerza, porque en ellas se indica que el hombre
puede cambiar los planes de Dios, con las consecuencias que eso tiene en
nuestra vida.
Pero también
se indica en el Evangelio una maravillosa realidad, Dios tiene un plan para
cada uno de nosotros. Dios ha pensado en mí, yo soy muy importante para Dios.
Tú y yo podemos cumplir aquello que Dios quiere para nosotros, o en cambio,
podemos abandonar lo mejor para nosotros e irnos por nuestro propio camino. La
felicidad del hombre depende de esta elección.
Un posible
camino que podemos recorrer al margen de Dios es el camino de los placeres.
Jesús recuerda que así viven muchas personas, como los que están en los
palacios reales. Cada uno de nosotros podemos abandonarnos a los bienes
sensibles y buscarlos como si ese fuera el camino de la felicidad. Estos bienes
son sólo aparentes. No nos colman del todo, siempre buscamos más y quedamos
insatisfechos en la búsqueda. En el fondo sabemos que la respuesta a la
pregunta de la felicidad no está ahí. Como ocurre a las personas del pueblo.
Les pregunta Jesús ¿qué salisteis a ver? No fueron a los palacios, salieron a
ver algo distinto, pero a la vez muy atrayente, un camino mucho más
apasionante.
Juan Bautista
vivía muy sobriamente, vivía con lo mínimo indispensable. Su finalidad no era
el placer ¿qué hacía entonces Juan? Predicaba la palabra de Dios. Ahí tenemos
la respuesta. Aquello que intuimos, y que colma nuestro corazón humano, es
Dios, es Su palabra, es conocerle y tratarle.
Tú y yo, cada
día, nos enfrentamos en múltiples ocasiones, a momentos en que buscamos nuestro
propio placer, o buscamos a Dios y a los demás, a través de la caridad. Juan
Bautista vivía para los demás. La finalidad de su vida era predicar la venida
de Jesús, darle a conocer. Y esa es la gran aspiración del hombre, aquello que
colma su corazón por completo: conocer, tratar y amar a Dios sobre todas las
cosas.
Pablo Erdozáin
Fuente: Opus
Dei