Sin angustias ni temores, Dios tiene un plan para cada uno
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El punto cristiano |
A muchas personas se les hace dolorosa su soledad. Pero el Señor
no deja flecos sueltos. «Dios tiene un plan para cada uno», y «todos podemos
vivir una vida fecunda», afirma el padre Juan de Dios Larrú, Decano de la
sección española del Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el Matrimonio
y la Familia:
¿Dios puede
llamar a algunos a permanecer solteros?
Existe la
vocación al amor. Todos estamos llamados al amor. Evidentemente, esta vocación
al amor se declina para cada uno en una modalidad concreta: el matrimonio o la
virginidad. En sentido estricto, no hay una vocación a la soltería.
Sin embargo, hay personas que, por circunstancias de la vida,
pueden quedar solteras. Entonces nos podemos preguntar: ¿Se puede realizar la
vocación al amor en esta coyuntura? Yo pienso que sí, desde luego. Hay muchas
formas de vivir la vida que permiten a esas personas realizar su vocación.
Porque Dios tiene un plan para cada uno; nadie está aquí por casualidad, y la
llamada a amar está en la raíz de nuestra existencia. Toda nuestra vida es una
historia de amor entre Dios y nosotros; esto también vale para los solteros.
Todos somos hijos, por lo que la experiencia filial es nuestra primera y
principal vocación. Los solteros pueden vivir esta llamada al amor desde su
filiación.
Pero muchos chicos sí
querrían casarse y formar una familia…
Está
claro que el deseo de comunión es universal. Benedicto XVI decía que todo
hombre tiene el deseo de una casa, de un hogar. El propio Sínodo habla de un
deseo de familia. ¿Qué ocurre? Este deseo hay que concretarlo. Hoy vivimos una
gran crisis de la promesa y de la temporalidad. Los jóvenes encuentran gran
dificultad para entrar en las relaciones, en los vínculos fuertes y estables.
No basta proyectarse en las personas o en relaciones ideales; hay que
desmitificar la figura del príncipe azul: no existe, hay personas concretas,
con cualidades y defectos. No hay que idealizar a nadie, sino aprender a
prometer.
¿Qué decir
entonces a una persona que sufre por estar soltera?
Lo primero que
les diría es que ya están viviendo su vocación filial. Es comprensible el
sufrimiento de aquellos que ven cómo van pasando los años y no concretan la
promesa esponsal de su vocación. Dios nos promete a cada uno un amor pleno, al
que vamos gradualmente respondiendo, sin angustias ni temores.
Este plan no
está preestablecido desde el principio de los tiempos, para que se cumpla sí o
sí. No, Dios nos ama primero, y en la trama de la vida se va entretejiendo esa
respuesta, en diálogo con el Señor y con los demás. Por eso hay que estar
atento, para reconocer Su presencia en las mediaciones humanas y poder realizar
la promesa del amor para siempre.
Sobre este
tema de la vocación hay dos peligros: el primero es interpretar el amor como
una intensa atracción emotiva hacia otra persona; y el segundo es entender la
vocación como un oficio, una función que Dios nos encomienda y que debemos
cumplir.
¿Pueden tener, en cualquier caso, una
vida fecunda?
Por supuesto
que sí. La experiencia originaria humana a la que nos ha llamado Dios es la de
ser hijos. Desde ella se aspira a ser esposos y ser padres.
La fecundidad
es la sobreabundancia de un amor pleno, y ellos también pueden vivir esta
plenitud. El amor verdadero siempre es fecundo. Una persona soltera puede
cuidar a sus padres, a sus abuelos, a sus sobrinos…, o ayudar en la catequesis
de la parroquia, o en una ONG como voluntario, ser un gran profesional… Así se
puede vivir plenamente el amor filial y tener una vida fecunda muy concreta.
Los matrimonios descubren que en la continencia hay también una misteriosa
fecundidad; los sacerdotes en el celibato, los religiosos en la virginidad. La
fecundidad tiene su origen en el Espíritu Santo y encuentra en el misterio
doloroso de la Cruz y en el glorioso de la Resurrección su fuente primera.
¿Qué puede
hacer la Iglesia?
Es muy
conveniente promover encuentros con personas concretas. No se puede decir:
Tengo vocación al matrimonio pero aún no he encontrado a la persona adecuada.
Esa persona no es un detalle menor, sino que es la esencia de la vocación al
amor: ¿A quién me voy a entregar? En este sentido, hay un buen trabajo que
hacer con los jóvenes en la llamada preparación próxima, promoviendo también
encuentros verdaderos entre ellos. Es una oportunidad preciosa dentro de la Iglesia,
para integrar la pastoral juvenil con la pastoral matrimonial y familiar.
¿Y cómo
pueden ayudar los matrimonios?
Los cónyuges
son, sobre todo, testigos de un amor grande y hermoso: el amor de Cristo a su
Iglesia. Los matrimonios que viven del amor que reciben de Dios y lo comunican
se convierten en testimonio vivo y creíble. Eso tiene un gran poder de
atracción. Ese testimonio es importantísimo para que otros puedan recorrer su
propio camino vocacional, para que puedan decir: Yo quiero vivir así.
Por:
Juan Luis Vázquez Díaz
Fuente:
Catholic.net