Fue el Siglo de las Luces el que difundió la moda de intercambiar regalos de Navidad entre familiares y amigos. Hasta entonces, los regalos de Navidad existían, pero iban dirigidos a quienes realmente los necesitaban
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Jose y yo Estudio | Shutterstock |
Increíble
pero cierto: hubo
un tiempo, no hace mucho, en el que recibir un regalo de Navidad de un
compañero podría haber sido una ofensa grave. Cuesta creerlo,
pero es cierto. La moda de intercambiar regalos entre amigos es relativamente
reciente: comienza a extenderse en el siglo XVIII.
Antes de esa fecha, ciertamente existía la costumbre de hacer
regalos de Navidad (o en todo caso de hacer regalos en el período de diciembre.
En muchas partes de Europa, era San Nicolás quien traía los regalos a
principios de mes).
Pero el
intercambio de regalos asumió matices decididamente diferentes a los que
conocemos hoy. En la gran mayoría de los casos, las personas con igual poder
económico no intercambiaban regalos entre sí. Los regalos de diciembre
pretendían ser un acto de generosidad desinteresada, para ser entregados a
aquellas personas que tenían menos poder económico.
Originalmente,
los regalos de Navidad estaban destinados a aquellos que no tenían suficiente
dinero para comprar los suyos.
Naturalmente, los niños tienen cero poder económico, por lo que la
costumbre de enviarles pequeños pensamientos el día de San Nicolás (no en vano,
el santo patrón de la infancia) está atestiguada desde la Edad Media. En una
época en la que los niños nacidos en las familias pobres tenían muy pocas
oportunidades de ser mimados por sus padres, les gustaba la idea de dar a los
pequeños una atención especial en el día de su fiesta.
Cestas de Navidad
Era bastante raro que San Nicolás llevara juguetes a los niños;
significativamente, el regalo más popular era la comida. Cítricos y frutos
secos, en las familias más modestas, o galletas de fiesta para los niños más
afortunados.
En
muchos hogares, la situación se mantuvo así hasta alrededor del siglo XIX.
Recién en esa época se empezó a generalizar realmente el deseo de mimar a los
hijos con juguetitos (siempre que pudieran permitírselo, claro).
Pero, en realidad, las familias no eran los lugares donde se
intercambiaban los regalos de Navidad más importantes. Los verdaderos
regalos de Navidad eran los que tenían lugar en el lugar de trabajo.
Los empleadores recompensaban a los empleados con «cestas de empresa» muy
generosas. De hecho, a menudo eran suficientes para alimentar a toda una
familia durante semanas, reemplazando así a nuestra moderna paga extra de
Navidad.
Los comerciantes nunca perdieron la oportunidad de agradecer a sus
clientes más confiables con generosos obsequios de fin de año. Pero eran sobre
todo los mendigos los que se beneficiaban de ese clima de contagiosa
generosidad que (¡ya entonces!) se respiraba en Navidad.
Las homilías de los sacerdotes tocaron el corazón, recordando que
incluso María y José habían visto cómo les cerraban la puerta en las narices
individuos tan crueles que no querían ayudarlos en momentos de necesidad. Y,
horrorizados ante la sola idea de poder repitiendo aquel antiguo pecado, los
feligreses consideraban deber de ellos dar limosna según las posibilidades, en
los días anteriores a la Navidad.
De hecho, sucedió que en ese período los mendigos iban de casa en
casa para pedir caridad, llamando a la puerta como lo habían hecho María y
José. Casi nunca se iban con las manos vacías, retribuyéndose con algún regalo
inmaterial. Una promesa de oraciones, sobre todo; y luego, el canto de alguna
canción navideña para despedir con una sonrisa a sus benefactores.
¿Regalos de Navidad modernos? Un
producto de la Ilustración
En resumen: con el debido respeto a quienes los imaginan como un
producto del consumismo del siglo XX, los regalos de Navidad sí existieron en
el pasado (de hecho, en algunos casos fueron mucho más cuantiosos que los que
recibimos hoy).
Lo que no existía (o al menos, decididamente no era rutinario) era
el intercambio de regalos entre iguales. Los padres no les daban regalos a sus
hijos ahora adultos, y recibir un regalo de un amigo hubiera sido extraño,
rayano en ofensivo. (Potencialmente portador de una implicación del tipo «te
doy una limosna porque eres visiblemente más pobre que yo»).
Las cosas empezaron a cambiar en el siglo de la igualdad y
la fraternidad.
Al parecer, los primeros en efectuar un cambio de rumbo fueron los
comerciantes, quienes en casi todas partes, a partir de la segunda mitad del
siglo XVIII, consideraron superfluos aquellos regalos de fin de año que
tradicionalmente premiaban a los clientes más fieles. Y comenzaron a exhibir
carteles en los que advertían con antelación que ese año no se repartirían
regalos de Navidad.
Entre
los empleadores, lentamente comenzó a extenderse la conciencia de que los
empleados estarían dispuestos a renunciar a su «cesta de regalos» a favor de un
aumento de la nómina, decididamente más práctico. Y los subordinados de pronto
empezaron a sentir humillante el servilismo con que, hasta ese momento, habían
esperado los regalos de fin de año de la empresa. Como si fueran niños pequeños
esperando recibir un juguete de su padre.
Regalos a los amigos
Los nacientes sindicatos comenzaban a luchar por contratos con
mayores garantías, capaces de proteger a los trabajadores durante todo el año
(y no solo en época de vacaciones). Y la creciente difusión de instituciones de
caridad dedicadas a apoyar a los más necesitados hizo que incluso se adquiriera
la costumbre de ser particularmente generoso con los mendigos en Navidad.
Así, con la desaparición de la costumbre de dar regalos basada en
las jerarquías sociales, nació la costumbre moderna de dar objetos a
familiares, amigos, colegas, vecinos.
A juzgar por lo que sugieren los anuncios, que ya comenzaban a
aparecer en las últimas décadas del siglo XVIII, estaba muy de moda en Holanda
regalar a tus amigos sanctjes, cuadritos ricamente decorados con
imágenes de San Nicolás u otras figuras sagradas. En Francia, los libros eran
el regalo más popular para la creciente porción de la población alfabetizada.
En cuanto a Inglaterra, las pequeñas joyas y los alimentos de cierto valor eran
los regalos favoritos de las familias adineradas.
Consumismo navideño
Naturalmente, los moralistas de la época no dejaron de criticar
esta nueva tendencia. Se podría decir que no estaban del todo equivocados. Las
dádivas del pasado habían sido sustituidas por regalos superfluos,
intercambiados por convención social.
Precisamente, desde principios del siglo XIX, a intervalos
regulares, se levantan críticas al excesivo consumismo de la Navidad. A finales
de ese siglo, en 1897, George Bernard Shaw pudo decir con desilusión que «¡la
Navidad se ha convertido en nada más que una fiesta comercial!». ¡Parece una de
esas frases que podríamos pronunciar hoy!
Y es difícil no advertir un fondo de verdad detrás de estas
palabras, sobre todo si se conocen los supuestos de partida. Es decir, si se
reflexiona sobre esa antigua costumbre de dar regalos sobre todo a quienes los
necesitan, a imitación de la generosidad con la que pastores de Belén donaron
parte de lo poco que tenían a una familia en dificultad.
En
una época en la que está de moda redescubrir tradiciones ancestrales, quizás
podría ser el caso volver a poner de moda ésta también. Por supuesto, no hay
nada de malo en celebrar la Navidad intercambiando regalos con los seres
queridos. Pero ¿hemos pensado alguna vez en dar un regalo a alguien que
realmente lo necesita, aunque sea un extraño?
Si la respuesta es «no», todavía tenemos unos días para pensarlo.
No perdamos la oportunidad de revivir la Navidad de antes.
Lucía Graziano
Fuente: Aleteia