En su reflexión dominical sobre el Ángelus, el Papa nos invita a aprender de los pobres de espíritu, que reconocen el bien que viene de Dios y atesoran lo que reciben y no lo desperdician
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Antoine Mekary | ALETEIA |
No somos bendecidos por lo que
tenemos, sino por lo que somos, hay que difundir una ecología de justicia y
caridad, y considerar a cada persona como un don sagrado y único
No desperdiciar: es lo que nos
enseñan los pobres de espíritu, entre los que Jesús llama bienaventurados en la
página del Evangelio de Mateo del cuarto domingo del tiempo ordinario.
Francisco lo subrayó en el Ángelus, explicando que los pobres de espíritu son
aquellos que «saben que no se bastan consigo mismos, que no son
autosuficientes, y viven como ‘mendicantes de Dios’: se sienten necesitados de
Él y reconocen que el bien viene de Él, como don, como gracia». «Quien es pobre
de espíritu», de hecho, añade el Papa, «atesora lo que recibe», por eso “desea
que ningún don se desperdicie». «Los pobres de espíritu tratan de no
desperdiciar nada». Y Jesús nos muestra la importancia de no desperdiciar, por
ejemplo, cuando «después de la multiplicación de los panes y los peces», pide
que se recoja la comida que sobra para que nada se pierda».
No desperdiciar nos permite
apreciar el valor de nosotros mismos, de las personas y de las cosas. Pero
lamentablemente es un principio a menudo desatendido, sobre todo en las
sociedades más ricas, en las que domina la cultura del derroche y la cultura
del descarte: las dos son una peste. Quisiera proponeros tres desafíos contra
la mentalidad del desperdicio y del descarte.
Los desafíos contra el
desperdicio
Y «contra la mentalidad del
derroche» Francisco propone tres desafíos: «no desperdiciar el don que nosotros
somos», «no desperdiciar los dones que tenemos» y «no descartar a las
personas».
Cada uno de nosotros es un bien,
independientemente de las cualidades que tiene. Cada mujer, cada hombre es rico
no solo de talentos, sino de dignidad, es amado por Dios, vale, es valioso.
Jesús nos recuerda que somos bienaventurados no por lo que tenemos, sino por lo
que somos.
Se trata, dice el Pap, de cuando
una persona «se deja ir y se tira, desperdiciándose a sí misma”. Es necesario
entonces luchar, con la ayuda de Dios, «contra la tentación de considerarnos
inadecuados, equivocados y de compadecernos de nosotros mismos».
Hoy se desperdician un tercio de
los alimentos producidos
Sobre el desperdicio de los dones
que tenemos, el Papa recuerda que en el mundo se desperdicia cada año alrededor
de un tercio de la producción alimentaria total.
¡Y esto mientras muchos mueren de
hambre! Los recursos de la creación no se pueden usar así; los bienes deben ser
custodiados y compartidos, de forma que a nadie le falte lo necesario. ¡No
malgastemos lo que tenemos, sino difundamos una ecología de la justicia y de la
caridad, del compartir!
No se puede descartar a las
personas
Y el tercer desafío es la cultura
del descarte, que usa a las personas hasta que le sirven, las descarta y las
tira cuando ya no son de interés, o son obstáculo. «Y se trata así
especialmente a los más frágiles», observa Francisco, «a los niños todavía no nacidos,
a los ancianos, los necesitados y a los desfavorecidos».
Pero las personas no se pueden
tirar, y los desfavorecidos no se pueden tirar. Cada uno es un don sagrado,
cada uno es un don único, en toda edad y en toda condición. ¡Respetemos y
promovamos la vida siempre! No descartemos la vida.
Reflexionar sobre las propias
actitudes
La invitación del Papa es
entonces a plantearse sobre cómo se vive la pobreza de espíritu, sobre el
espacio que Dios tiene en la propia vida, si uno lo considera su riqueza y se
cree amado por Él o “se tira con tristeza, olvidando que soy un don». Y luego
la llamada a un uso responsable de las cosas, y por tanto la atención a no
desperdiciar. Por último, Francisco exhorta a hacer un examen de conciencia
sobre la propia disponibilidad a compartir los bienes con los demás, sobre cómo
se considera a los más frágiles – «dones preciosos, que Dios me pide que
custodie»- y si uno se acuerda de «quien está privado de lo necesario».
Fuente: Aleteia