28 – Enero. Sábado. Santo Tomás de Aquino, presbítero y doctor de la Iglesia
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Evangelio
según san Marcos 4, 35-41
Aquel día, al atardecer, les dice Jesús:
«Vamos a la otra orilla».
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa, dormido sobre un cabezal.
Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?».
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio, enmudece!». El viento cesó y vino una gran calma.
Él les dijo: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?».
Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: «¿Pero quién
es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!».
Comentario
Al igual que a
los discípulos, muchas veces nos sucederá que vivimos en medio de tormentas.
Y las
tempestades de nuestra vida, nuestras miserias y caídas, nuestras derrotas y
fracasos, la enfermedad y el sufrimiento, sacan a la luz nuestra
vulnerabilidad. Y a la vez dejan al descubierto dónde hemos puesto nuestras
seguridades.
El problema de
los discípulos es que se habían dejado atemorizar por esa tempestad, tenían
miedo. Piensan que Cristo, a pesar de que estaba con ellos, en realidad se
había desinteresado, les había abandonado. “¿No te importa que perezcamos?”, le
dicen.
Y él les
responde: “¿Por qué os asustáis? ¿Todavía no tenéis fe?”.
Ante las
tormentas de la vida, el cristiano puede tener una actitud que espera la
intervención continua, constante, invasiva de Dios. O bien, tener una actitud
de fe.
El Señor nos
pide una maduración interior: pasar del niño que se queja y se enfada porque
parece que su padre no le hace caso, al niño que confía, que se abandona en los
brazos de su padre.
En la vida de
un cristiano sucede lo mismo que al niño que aprende a caminar. Un paso, otro,
se cae, se levanta. Siempre bajo la atenta mirada de su padre, que le anima, le
levanta, pero no le lleva en brazos a todas partes para que no sufra.
En nuestras
tempestades, tenemos que acudir al Señor, refugiarnos en Él, porque siempre
está a nuestro lado, pero no tanto para que nos quite esa tempestad, sino para
que nos ayude a crecer, a madurar.
Quizá en esa
tempestad, somos la mano amiga que ayuda a caminar a los demás; la barca donde
pueden encontrarse con ese Dios que nunca se olvida de nosotros.
Luis Cruz
Fuente: Opus Dei