Los curas de la serie de la ACDP lo cuentan todo sobre la confesión: así es como ponen penitencias
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| Los tres mediáticos sacerdotes de Red de Redes, Jesús Silva, Patxi Bronchalo y Antonio María Domenech |
El sacerdote Jesús Silva recuerda un caso que, estando de
visitante en una iglesia, le dejó atónito: "Aquí no nos confesamos de
nuestros pecados, sino de nuestras alegrías, y no pedimos perdón: damos
gracias". Partiendo de este estrambótico ejemplo, Silva y sus amigos Patxi Bronchalo
y Antonio María Domenech dedican el último capítulo del programa Red de Redes -producido por la
Asociación Católica de Propagandistas- a explorar el sacramento de la
reconciliación.
1º ¿Qué se confiesa en la
confesión?
“En el confesionario confesamos nuestros pecados, pero también
confesamos que la misericordia de Dios es más grande que ellos”, asegura Silva,
y Domenech insiste en que “lo central es el encuentro con Jesucristo”. “Cuando
un sacerdote confiesa -añade-, es Jesucristo quien confiesa; nos da su perdón una vez nos
reconocemos pecadores”.
En esta línea, Bronchalo recuerda que la confesión comienza con “un buen examen de conciencia”,
y recomienda que este tenga tres partes -“el mal hacia Dios, el mal hacia los
demás y el mal hacia uno mismo”-, aunque reconoce que “todo pecado tiene esas
tres dimensiones”. El sacerdote recomienda empezar el examen leyendo la Biblia, y repasar tu vida a la
luz de Dios, tal vez siguiendo los Mandamientos, o las Bienaventuranzas.
En esta línea, recuerdan que lo obligatorio es decir los pecados
mortales, aunque loan los beneficios de confesar también los pecados veniales.
“Los pecados mortales -dice Silva- son los que tienen que ver con una materia grave, que se cometen con plena
conciencia y pleno consentimiento, mientras que los veniales se refieren a
materias leves, o a pecados en los que no eres plenamente consciente, o estás
muy condicionado”.
2º Dos errores: ni “sala de
tortura” ni rutina superficial
Los tres curas se dirigen también a sus compañeros clérigos, y
señalan dos errores en los que pueden caer: uno por exceso y otro por defecto.
“El primer error -apunta Silva, citando al papa Francisco- es convertir el
confesionario en una sala de tortura, en la que el sacerdote pregunta morbosamente sobre todos los detalles,
o incluso abronca al penitente”.
El segundo error es -dice- ir al extremo contrario: caer en ver la
confesión como un trámite, de forma superficial, y no tratar de ayudar a la
persona. “Grandes confesores como el padre Pío o el santo cura de Ars ayudaban a los feligreses en
aquello que les costaba, y nosotros podemos hacerlo a través de
algunas preguntas”, añade Domenech.
Al recordar esta típica queja de quien se acerca al confesionario,
Bronchalo llama a la tranquilidad: “Lo mejor es no pecar, pero te confiesas
siempre de lo mismo porque tu vida es la misma”. Domenech apunta con ironía que
“es mejor confesar siempre lo mismo, porque ¡imagina ir variando y presentarte
cada semana con tres pecados nuevos!”, y recuerda una frase de su padre: “El conocimiento de la propia
limitación es un don de Dios”.
El sacerdote también señala que en la confesión Dios no solo
perdona los pecados, sino que nos
da la gracia para mejorar eso que hemos confesado. “Con el tiempo, veremos
que nos confesamos siempre de lo mismo pero con menos frecuencia, o con menos
resentimiento… Es como el crecimiento de los niños, va despacio y no nos damos
cuenta”, explica. “Y llegará
el momento en que dejes de confesarte de lo mismo, porque lo hayas podido
superar”, añade, esperanzador, Bronchalo.
Por su parte, Silva aporta otra nota luminosa: “El santo cura de
Ars decía que Dios se
olvida incluso del futuro para perdonar tus pecados, y esto significa que
Su misericordia es más grande, incluso, que nuestro propio propósito de
enmienda”. El sacerdote añade que a veces una persona “no quiere cambiar, pero
querría querer cambiar”, y que es pequeño inicio de propósito de enmienda es el primer paso para no caer en
la desesperación y descubrir “que necesitas la misericordia de Dios”.
4º De la
atrición a la contrición perfecta
Los tres sacerdotes señalan que el paso previo a la confesión,
tras el examen de conciencia, es el arrepentimiento y el propósito de enmienda.
Este dolor por los propios pecados comienza en atrición -“Me arrepiento porque sé que está mal y no quiero ir al infierno,
aunque no lo entienda”-, pasa a ser contrición imperfecta y termina en una
contrición perfecta: “El deseo de no haber hecho lo que he hecho”, describe
Silva.
A la contrición va unido el propósito de enmienda. “Una cosa es
que, por nuestra condición, sepamos que caeremos otra vez, pero es suficiente
con tener el deseo de no hacerlo, porque Cristo mira el corazón profundamente
arrepentido”, apunta Domenech. Silva vuelve a citar a Francisco: “Dios no se cansa de perdonarnos;
somos nosotros los que nos cansamos de recurrir a su misericordia”.
Por su parte, Bronchalo añade que “las lágrimas y el dolor de los
pecados son buenos; lo malo
es perder la esperanza, porque pensar ‘No tengo nada que hacer’ es, en el
fondo, ir contra Dios”. Domenech añade, en este sentido, que es importante
“respetar los tiempos de Dios en el itinerario del encuentro de las almas con
Él”.
5º ¿Por qué no confesarme directamente con Dios?
A esta pregunta -otro clásico cuando se habla del sacramento de la
reconciliación-, Domenech señala que “quien decide cómo se le pide perdón es el ofendido, y
Jesucristo ha querido que nos confesemos a través de un sacerdote”. Esta
mediación, además, tiene el beneficio añadido de que el sacerdote, tan pecador
como el penitente, puede comprender a quien se acerca.
Silva cuenta el caso de una vez que estaba confesando a una
persona con pecados graves y sintió en su interior la voz de Dios que le decía:
“Si no fuera por mi gracia, tú
serías peor”. “Me tumbó totalmente, porque era verdad: no puedo mirar con
juicio o superioridad a quien se confiesa conmigo, porque sin la gracia de Dios
yo sería capaz de las peores cosas”, reconoce Silva, quien reclama a sus
compañeros sacerdotes “no juzgar y obrar con misericordia”.
6º Las cinco cés de la
penitencia
El último paso de una confesión es cumplir la penitencia que
impone el sacerdote, un acto reparador con el que -recuerda Domenech- ponemos
nuestra pequeña parte de colaboración en la redención de Cristo. “La penitencia
es como el esposo que se enfada con su mujer, se arrepiente y le lleva flores y
bombones”, compara Silva.
Los tres sacerdotes insisten en respetar “cinco cés” a la hora de poner una penitencia: concreta, clara, corta, creativa y cumplible. “A
veces los curas ponemos penitencias como ‘Ama mucho a los demás’, pero ¿cómo sé
si la cumplo? Tiene que ser algo que pueda saber si he hecho”, dice Silva, y
recuerda una penitencia creativa que escuchó a un compañero: “Lleva a tu mujer al cine”.
El programa termina -como es habitual- con tres recomendaciones:
un libro -la exhortación apostólica Reconciliatio et Paenitentia,
de san Juan Pablo II-, una película -la trilogía de El Señor de los Anillos,
con especial énfasis en las luchas internas de Frodo y Gollum- y un santo, que
en esta ocasión es santa
Teresita del Niño Jesús, por su confianza en la misericordia del Señor.
ACdP
Fuente: ReL






