12 - Febrero. VI Domingo del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Mateo 5,
17-37
No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos. Porque os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio.
Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la gehenna del fuego.
Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel.
En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo.
Habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio”. Pero yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón. Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la gehenna. Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la gehenna.
Se dijo: “El que repudie a su mujer, que le dé acta de repudio”. Pero yo os digo que si uno repudia a su mujer —no hablo de unión ilegítima— la induce a cometer adulterio, y el que se casa con la repudiada comete adulterio.
También
habéis oído que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso” y “Cumplirás tus
juramentos al Señor”. Pero yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el
cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus
pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu
cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo cabello. Que vuestro
hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno.
Comentario
En el evangelio según san Mateo
hay cinco grandes discursos de Jesús intercalados por narraciones de hechos y
milagros. El pasaje de este domingo forma parte del primero de esos discursos,
el Sermón de la Montaña, y consiste en un fragmento de las llamadas
“antítesis”. La atractiva novedad que predica el Maestro no cae en el fácil
tópico de la trasgresión de la norma establecida o de su abolición: “no he
venido a abolir la Ley y los Profetas sino a darles plenitud”. Para ser
ciudadanos del Reino de los cielos, Jesús propone lo de siempre, pero de una
forma nueva, plena y perfecta: la que Él mismo encarna. Y la ley del amor que
Jesús inaugura exige plenitud hasta en lo más pequeño.
En el discurso aparece varias
veces una expresión peculiar para mencionar la Ley de Moisés: “Habéis oído que
se dijo”. Esta fórmula remite por un lado a la tradición oral en Israel
(“habéis oído”), por medio de la cual los maestros enseñaban cómo vivir con
justicia, es decir, según la voluntad de Dios expuesta en la Ley. Por otro
lado, la fórmula “se dijo” es una manera semítica de evitar el nombre de Dios
por respeto: es decir, fue Dios quien dijo, y de Él viene la Ley Mosaica. Jesús
se sitúa por encima de Moisés y con la misma autoridad legisladora de Dios:
“pero yo os digo”.
Para refrendar el valor de la
vida humana, la Ley decía “no matarás” (Ex 20,13; Dt 5,17), porque serás reo de
juicio (cfr. Lv 24,17). Jesús asegura que hasta la ira hacia otro y el insulto
ya nos hacen merecedores de castigo; y maldecir a otro, merece incluso el
infierno. Es tal la dignidad de la persona, que antes se debe arreglar la más
mínima afrenta con otro que hacer a Dios ofrendas.
Con motivo del precepto sobre el
adulterio (cfr. Ex 20,14; Dt 5,18), Jesús vuelve a subrayar desde otro punto de
vista el excelso respeto hacia los demás que subyace en la Ley. Si el adulterio
consiste en adueñarse por satisfacción personal de una persona casada, esto no
debe hacerse ni siquiera en el fuero interno, donde se comete el mismo pecado,
aunque no se realice externamente: “ha cometido adulterio en su corazón” (v.
28).
“Si tu ojo derecho te
escandaliza…” (v. 29). Por medio de exageraciones que son muy comunes en la retórica
semítica, Jesús aclara que es mejor perder parte de uno mismo antes que pecar y
merecer el infierno por entero. Literalmente, “escandalizar” no significa tanto
inquietar la buena decencia de alguien como moverlo con eficacia a obrar mal.
Si algo en uno mismo se opone a la ley del amor y el respeto al otro, debe ser
arrancado, incluso lo más estimado, como da a entender la expresión “ojo
derecho” o la “diestra”.
En la antigua costumbre del
repudio, la legislación mosaica introdujo la obligación del libelo: es decir,
un acta firmada por el marido que permitía a la mujer ser recibida por otro
hombre. Sin embargo, para subrayar la grandeza y dignidad del vínculo
matrimonial con una mujer, Jesús hace inválidos todos los repudios, ya que
siguen exponiendo al adulterio a la mujer y a quien la recibiera. Y de esto se
hacía culpable el repudiador. No es fácil interpretar la excepción a esta culpa
que menciona Jesús: “en caso de fornicación (porneia)” (v. 32). Puede referirse
a rechazar a una mujer con la que se tiene una unión ilegítima.
También Jesús enseña acerca de la
ley mosaica sobre los juramentos (cfr. Lv 19,12; Nm 30,3; Dt 23,22), la cual
busca evitar la mentira y el engaño. Estos se producían más fácilmente si al
hacerlos se invocaba a Dios o a algo muy valioso; por eso eran más graves.
Jesús resuelve toda casuística y juramento grandilocuente exigiendo sencillez y
honestidad: “que vuestro modo de hablar sea ‘Sí, sí’; ‘No, no’. Lo demás “viene
del maligno” (V. 37), quizá porque la necesidad de subrayar más la palabra dada
es un inicio de sospecha.
Pablo M. Edo
Fuente: Opus Dei