25 – Febrero. Sábado después de Ceniza
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Evangelio según san Lucas 5,
27-32
Después de esto, salió y vio a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme».
Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió.
Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos y otros. Y murmuraban los fariseos y sus escribas diciendo a los discípulos de Jesús: «¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?».
Jesús les respondió: «No necesitan médico los
sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los
pecadores a que se conviertan».
Comentario
Podemos razonablemente pensar que
Mateo, por la posición social y económica que ocupaba, podía costearse un
médico en caso de que lo requiriera. De hecho, el evangelio nos dice que,
después de haber encontrado a Jesús “preparó en su casa un gran banquete para
él”. Solo las personas pudientes podían permitirse un gasto como aquel.
Pero Mateo, aunque hubiera
dispuesto todas sus riquezas para tratar de curar su corazón, no lo hubiera
logrado jamás. No por falta de dinero, sino porque la dolencia de su corazón no
era física sino espiritual.
La misericordia de Dios es
gratuita. El perdón, como el amor, no se puede comprar. Sí se puede conseguir
el silencio, incluso el olvido, pero el perdón no.
Dios no nos pone un precio para
alcanzar su perdón, pero sí marca una condición: el arrepentimiento. Aunque ni
siquiera este ha de ser perfecto, como vemos en la parábola del hijo pródigo.
Basta un deseo de volver y un primer paso para emprender el camino a casa.
En este tiempo de Cuaresma, la
Iglesia nos invita a la conversión. A volver a casa. A emprender el camino de vuelta
a Dios. A darse la vuelta, dejar todas las cosas y ponerse en camino.
Los santos nos han enseñado que
este camino de vuelta a casa se recorre muchas veces a lo largo de la vida. De
hecho, incluso muchas veces al día. La llamada a la conversión es continua,
igual que el anhelo profundo de felicidad y donación que late en el fondo de
nuestro corazón.
Acudir al sacramento de la
Penitencia y mostrarle con sencillez al Señor nuestras heridas para que Él las
cure, nos ayudará a continuar más ligeros y gozosos por este camino de la vida.
Pablo Erdozáin
Fuente: Opus Dei