17 – Febrero. Viernes de la VI Semana del Tiempo Ordinario
Dominio público |
Evangelio según san Marcos 8, 34
— 9, 1
Y llamando a la gente y a sus
discípulos les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí
mismo, tome su cruz y me siga.
Y añadió: «En verdad os digo que
algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte hasta que vean el reino de
Dios en toda su potencia».
Comentario
En el Evangelio de hoy, Jesús nos
recuerda que debemos buscar aquello que realmente da sentido a nuestra vida y a
nuestras acciones. San Josemaría escribía “¿qué aprovecha al hombre todo lo que
puebla la tierra, todas las ambiciones de la inteligencia y de la voluntad?
¿Qué vale esto, si todo se acaba, si todo se hunde, si son bambalinas de teatro
todas las riquezas de este mundo terreno; si después es la eternidad para
siempre, para siempre, para siempre? (...). Mienten los hombres, cuando dicen
para siempre en cosas temporales. Sólo es verdad, con una verdad total, el para
siempre cara a Dios; y así has de vivir tú, con una fe que te ayude a sentir
sabores de miel, dulzuras de cielo, al pensar en la eternidad que de verdad es
para siempre” [1].
Muchas personas andan por los
senderos de la vida sin considerar su destino eterno. Otras muchas cosas ocupan
su tiempo, sin preguntarse sobre las cuestiones más importantes de la vida. Tú
y yo, podemos andar por la vida sin un rumbo claro, entretenidos con múltiples
tareas. Todo cristiano debe realizar un esfuerzo por conocer la dignidad a la
que Dios le llama, la felicidad sin término a la que Dios nos llama. No podemos
andar por la vida como indiferentes ante nuestra verdad más profunda.
Es por ello que la oración se
muestra como una herramienta fundamental, detenerse a hablar con Dios, cara a
cara. En ella encaminamos nuestras acciones al fin último, pero también para
ayudar a tantas personas que andan como caminantes errantes por este mundo.
Como cristianos, tú y yo estamos llamados a despertar las conciencias de las
personas, mostrarles la mayor dicha a la que han sido convocados.
El fin de todo ser humano es
alcanzar la felicidad. Pero no se consigue la felicidad cuando se busca siempre
lo más cómodo y apetecible, sino cuando se ama decididamente, aunque el amor
comporte sacrificio. “Lo que se necesita para conseguir la felicidad, no es una
vida cómoda, sino un corazón enamorado”[2], decía san Josemaría. “Por esto, me
gusta pedir a Jesús, para mí: Señor, ¡ningún día sin cruz! Así, con la gracia
divina, se reforzará nuestro carácter, y serviremos de apoyo a nuestro Dios,
por encima de nuestras miserias personales” [3].
Fuente: Opus Dei