Usadas por el sacerdote están
destinadas a contener agua y vino para la celebración eucarística
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Pascal Deloche I GODONG |
¿Los
frascos que contienen el agua y el vino para la misa se llaman vinajeras o
vinagreras? Propiamente se denominan vinajeras, para diferenciarlas de las
vinagreras que se usan en las comidas, según aclara la Real Academia de la
lengua Española.
¿Qué son las vinajeras?
Las vinajeras se utilizan para contener el agua y el vino
necesarios para la celebración eucarística.
Suelen estar fabricadas en vidrio o cristal para
distinguir el contenido del interior. Cuando están hechos de un material opaco,
un signo distintivo ayuda a evitar confusiones. A veces encontramos las iniciales
A (de aqua)
y V (de vinum).
Originalmente, los «amae«, recipientes de vientre
redondeado, se utilizaban para almacenar vino. Por lo general, estaban
hechos de peltre y, a veces, incluso de oro o plata.
El uso de vinajeras es muy antiguo.
Ya en el siglo IV, el papa Silvestre mencionó el amae de
oro o plata que el emperador Constantino dio a las basílicas romanas.
Y en el museo del Louvre hay un ángel del siglo XIV del
retablo de la abadía de Maubuisson que lleva en sus manos los dos pequeños
frascos para agua y vino.
Las
vinajeras son recipientes ordinarios y, por lo tanto, no reciben ninguna
bendición especial.
Durante la misa,
se colocan sobre una bandeja, a su vez colocada sobre una credencia hasta el
ofertorio, y se cubre con una tela llamada manutergio.
El
uso de la vinajera de vino no es obligatorio ya que este se puede verter
directamente en el cáliz antes de la misa.
El simbolismo del agua y el vino
El sacerdote usa las vinajeras tres veces durante la misa.
Primero vierte el contenido de la vinajera de vino en el cáliz en
el momento del ofertorio y luego agrega un poco de
agua.
Esta agua simboliza la humanidad unida a Cristo, el pueblo que es
uno con Él. Recuerda también el sacrificio de Jesús, que hizo brotar sangre y agua (Jn 19,34 ).
Luego,
en el momento del rito del «lavabo» (palabra latina que
significa «yo lavaré»), el servidor vierte agua sobre las manos del sacerdote
sobre un recipiente.
Este último pronuncia entonces en voz baja las palabras del Salmo 50 :
«Lávame de mis faltas, Señor, límpiame de mi pecado».
Finalmente, al regresar al altar después de la distribución de la
Comunión, el sacerdote se purifica las manos y
pasa el agua restante al cáliz y lo bebe todo. Se asegura así de que no
quede nada del pan y del vino consagrados.
Patricia Navas - Sophie
Roubertie
Fuente: Aleteia