31 – Marzo. Viernes de la V semana de Cuaresma
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Evangelio
según san Juan 10, 31-42
Los judíos agarraron de nuevo piedras para apedrearlo.
Jesús les replicó: «Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?».
Los judíos le contestaron: «No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios».
Jesús les replicó: «¿No está escrito en vuestra ley: “Yo os digo: sois dioses”? Si la Escritura llama dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios, y no puede fallar la Escritura, a quien el Padre consagró y envió al mundo, ¿decís vosotros: “¡Blasfemas!” Porque he dicho: “Soy Hijo de Dios”? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre».
Intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escabulló de las manos.
Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde antes había bautizado Juan, y se quedó allí.
Muchos acudieron a él y decían: «Juan no hizo ningún signo; pero
todo lo que Juan dijo de este era verdad». Y muchos creyeron en él allí.
Comentario
El evangelio
de hoy nos presenta a Jesús discutiendo con los judíos, quienes lo acusan de
blasfemia, porque decían que siendo hombre se hacía Dios (cf. v.33). El Señor
aprovechará esta ocasión para dejar en claro dos verdades sobre su persona: que
él es el “Hijo de Dios” y que él es el “verdadero Templo” (cf. v. 36).
Para responder,
pues, a la acusación, Jesús usa el Salmo 82 que dice: “Yo os digo: Vosotros
sois dioses, todos vosotros, hijos del Altísimo” (v. 6). Con esta cita, el
Señor quiere subrayar que, si está permitido llamar a ciertos hombres “hijos de
Dios” porque son mensajeros de la Palabra Divina, cuanto más apropiado será
para aquel que es la misma Palabra de Dios. Jesús se presenta, así, como el
verdadero mensajero de la Palabra, el verdadero “Hijo de Dios”, aquel a quien
“el Padre santificó y envió al mundo” (v. 36).
Estas últimas
palabras del Señor - “el Padre santificó al Hijo”- nos muestran que Jesús es
también el “verdadero Templo”. Para entenderlo es útil recordar que nos
encontramos en la celebración de una fiesta judía importante: “se celebraba por
aquel tiempo en Jerusalén la fiesta de la Dedicación (del Templo)” (v. 22).
Esta fiesta
celebraba la victoria de los Macabeos sobre el imperio sirio y la
re-consagración del Templo luego de su profanación por tres largos años (cf. 1
Mac 1,54; 2 Mac 6, 1-7). Para los judíos, acabar con la profanación y volver a
santificar y consagrar el Templo era extremadamente importante porque el Templo
era, propiamente hablando, el lugar “santo” donde los hombres entraban en
contacto con Dios y ofrecían sus “sacrificios”.
Pues bien, Jesús
nos revela que en realidad Él es el verdadero Templo (cf. 2,21), Él mismo es
ahora el lugar “santo” donde es posible celebrar la adoración tal y como Dios
la quiere, es decir, no con sacrificios de animales sino con el único
“sacrificio” que es grato a Dios, la entrega de nuestro corazón por entero, en
“espíritu y verdad” (4,24).
Esta lectura
nos invita, pues, a considerar el cumplimiento de las Escrituras en Jesús de
Nazaret. En esta ocasión el Señor usa los salmos para darse a conocer y sugiere
como el gran Templo de piedra era en realidad un imponente símbolo que hablaba
de su persona y de su misión.
Ahora que se
acerca la Semana Santa podemos quizá hacer un esfuerzo especial, para escuchar
con atención cómo las grandes historias, símbolos e imágenes de la historia de
Israel tienen su cumplimiento en Jesús, y de modo especial en su Pasión, Muerte
y Resurrección.
Martín Luque
Fuente: Opus
Dei