29 – Marzo. Miércoles de la V semana de Cuaresma
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Evangelio según san Juan 8, 31-42
Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es piadoso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si este no viniera de Dios, no tendría ningún poder».
Le replicaron: «Has nacido completamente empecatado, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?». Y lo expulsaron.
Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?».
Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?».
Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ese es».
Él dijo: «Creo, Señor». Y se postró ante él.
Dijo Jesús: «Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos».
Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron: «¿También nosotros estamos ciegos?».
Jesús les contestó: «Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís “vemos”, vuestro pecado permanece.
Comentario
La liturgia de
estos días nos sigue presentando este diálogo entre Jesús y los judíos en el
Templo de Jerusalén. Esta vez, acota san Juan que el Señor se dirige a los
que habían creído en Él.
De entrada,
Jesús les hace ver que “comenzar es de todos; perseverar, de santos” (Camino,
n. 983). Seguir al Señor no es lo mismo que dejarse llevar por un impulso
pasajero. Creer en Él implica permanecer en su palabra, que es la
única capaz de llevarnos al conocimiento de la verdad liberadora; que incluye
la verdad sobre nosotros mismos.
No obstante,
rápidamente se produce un cortocircuito en la comunicación: Jesús les anuncia
que ha venido a traerles la libertad, y ellos se sienten ofendidos porque no
son esclavos de nadie. El Señor viene a romper los cerrojos de la cárcel triste
que labró el pecado, pero ellos, con tal de no reconocer que están atenazados
por sus culpas, comienzan a cerrar de nuevo la puerta desde dentro.
“Dios, que te
creó sin ti, no te salvará sin ti”, decía san Agustín. En esa línea, san
Josemaría nos pregunta: “¿Quieres tú pensar si mantienes inmutable y firme tu
elección de Vida? ¿Si al oír esa voz de Dios, amabilísima, que te estimula a la
santidad, respondes libremente que sí?” (Amigos de Dios, n. 24).
Fueron muchos
los que siguieron al Señor a lo largo de su vida, pero realmente pocos fueron
los que supieron permanecer en su palabra hasta el final. De algún
modo, podríamos decir que fueron pocos los que se comportaron como hijos: el
esclavo no se queda en casa para siempre; el hijo se queda para siempre. Los
que no perseveraron, no estaban anclados en su filiación divina. Los que no
perseveraron huyeron porque su fidelidad, su motor, su aparente rectitud de
intención, era la del esclavo.
Nos acercamos
a la Semana Santa. Allí contemplaremos de cerca, junto a la Cruz, a la que
verdaderamente supo permanecer en la palabra de Jesús. La mujer que, por ser
Inmaculada, vivió en una perseverancia siempre libre. Acojámonos a su
intercesión para que se hagan realidad en nuestra vida estas palabras: Si
Dios fuese vuestro padre, me amaríais. De su mano aprenderemos que “el
secreto de la perseverancia es el Amor” (Camino, n. 999).
Luis Miguel
Bravo Álvarez
Fuente: Opus
Dei






