El Papa Francisco continuó este 12 de abril con su ciclo de catequesis sobre la pasión por la evangelización
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El Papa Francisco en la Audiencia General de este 12 de abril. Crédito: Daniel Ibáñez/ACI Prensa |
En la
Audiencia General de hoy, el Santo Padre volvió a poner el ejemplo de San Pablo
y reflexionó sobre el celo apostólico.
A
continuación, la catequesis pronunciada por el Papa Francisco:
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Después de
haber visto, hace dos semanas, el impulso personal de San Pablo por el
Evangelio, podemos reflexionar hoy más profundamente sobre el celo
evangélico, así como él mismo habla sobre ello y lo describe en algunas
de sus cartas.
En virtud de
su propia experiencia, Pablo no ignora el peligro de un celo distorsionado,
orientado en una dirección equivocada; en este peligro había caído él mismo
antes de su caída providencial en el camino de Damasco. A veces tenemos que
lidiar con una preocupación mal orientada, obstinada en la observancia de
normas puramente humanas y obsoletas para la comunidad cristiana. "El celo
-escribe el apóstol- que ésos muestran por vosotros no es bueno" (Gal
4,17).
No podemos
ignorar la preocupación con la que algunos se dedican a ocupaciones equivocadas
también en la misma comunidad cristiana; se puede presumir de un falso impulso
evangélico mientras se está persiguiendo en realidad la vanagloria o las
propias convicciones. O el amor propio. Por esto, nos preguntamos:
¿Cuáles son
las características del celo evangélico auténtico según Pablo? ¿Cuáles son las
características? Para esto, me parece útil el texto que hemos escuchado al
iniciar, una lista de “armas” que el Apóstol indica para la batalla
espiritual.
Entre estas
está la prontitud para propagar el Evangelio, traducida por algunos como
“celo”, esta persona es un celoso para llevar adelante estas ideas, e
indicada como un “calzado”. ¿Por qué? ¿Por qué el impulso por el Evangelio está
vinculado a lo que se pone en los pies? Esta metáfora hace referencia a un
texto del profeta Isaías que dice así : "¡Qué hermosos son sobre los
montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que
anuncia salvación, que dice a Sión: “Ya reina tu Dios”!" (52,7).
También aquí
encontramos la referencia a los pies de un anunciador de buenas noticias. ¿Por
qué? Porque quien va a anunciar debe moverse, ¡debe caminar! Pero notamos
también que Pablo, en ese texto, habla del calzado como parte de una armadura,
según la analogía de la equipación de un soldado que va a la batalla: en
los combates era fundamental tener estabilidad de apoyo, para evitar las
insidias del terreno, porque a menudo el adversario llenaba de trampas en el
campo de batalla, y para tener la fuerza necesaria para correr y moverse en la
dirección adecuada. Por eso la armadura es necesaria para evitar todas
estas cosas del adversario.
El celo
evangélico es el apoyo en el que se basa el anuncio, y los anunciadores son un
poco como los pies del cuerpo de Cristo que es la Iglesia. No hay anuncio sin
movimiento, sin “salida”, sin iniciativa. Esto quiere decir que no se es
cristiano si no se está en camino. No es critiano si no sale de sí mismo, para
empezar un camino y llevar un anuncio. No hay anuncio sin movimiento, sin camino.
No se anuncia
el Evangelio parados, cerrados en una oficina, en el escritorio o en el
ordenador haciendo polémicas como “leones de teclado” y sustituyendo la
creatividad del anuncio con el corta y pega de ideas cogidas aquí y allí. El
Evangelio se anuncia moviéndose, caminando, yendo.
El término
usado por Pablo, para indicar el calzado de quien lleva el Evangelio, es una
palabra griega quedenota prontitud, preparación, alacridad. Es lo
contrario de la dejadez, incompatible con el amor. De hecho, en otra parte
Pablo dice: “con un celo sin negligencia; con espíritu fervoroso;
sirviendo al Señor” (Rm 12,11).
Esta actitud era
lo que se pedía en el Libro del Éxodo para celebrar el sacrificio de la
liberación pascual: “Así lo habéis de comer (el cordero, se entiende): ceñidas
vuestras cinturas, calzados vuestros pies, y el bastón en vuestra mano; y lo
comeréis deprisa. Es Pascua de Yahveh. Yo pasaré esta noche” (12,11-12a).
Un anunciador
está preparado para partir, y sabe que el Señor pasa de forma sorprendente;
por tanto, debe estar libre de esquemas y predispuesto a una acción
inesperada y nueva. Preparado para las sorpresas. Quien anuncia el Evangelio no
puede estar fosilizado en jaulas de plausibilidad o en el “siempre se ha hecho
así”, sino que debe estar preparado para seguir una sabiduría que no es de este
mundo, como Pablo dice hablando de sí mismo: “Y mi palabra y mi predicación no
tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una
demostración del Espíritu y del poder para que vuestra fe se fundase, no en
sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios” (1 Cor 2,4-5).
Así es,
hermano y hermanas, es importante tener esta prontitud a la novedad del
Evangelio, esta actitud que es un impulso, un tomar la iniciativa, un “ir
primero”. Es un no dejarse escapar las ocasiones para promulgar el anuncio del
Evangelio de paz, esa paz que Cristo sabe dar más y mejor de como la da el
mundo.
Y por esto, os
animo a ser evangelizadores que se mueven, sin miedo, que van adelante y para
llevar la belleza de Jesús y para llevar la novedad de Jesús, que cambia todo.
“Si Padre, cambia el calendario, porque ahora nosotros contamos los años antes
de Jesús”... Sí, pero también cambia el corazón. ¿Y tú estás dispuesto a que
Jesús te cambie el corazón? ¿O eres un cristiano tibio que no se mueve? Piensa
un poco. ¿Eres un entusiasta de Jesús, vas hacia adelante? Piensa un
poco.
Por Almudena
Martínez-Bordiú
Fuente: ACI Prensa