Un sencillo gesto, muy poderoso, que supone un viaje en sí mismo que comienza con una decisión libre que no perjudica a nadie y es absolutamente gratis, porque ni te cobran más ni te devuelven menos
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Dominio público |
El recorrido continúa y esa recaudación de la casilla de la Iglesia llega a la Conferencia Episcopal Española, que la reparte por todo el territorio con mecanismos de solidaridad para que llegue a las zonas con menos recursos. Son las propias diócesis las que ponen el dinero en funcionamiento. Una ayuda efectiva y afectiva que, en 2022, hicieron posible más de ocho millones y medio de contribuyentes (84.201 marcaron por primera vez la casilla) que sumaron 320 millones de euros (37,73€ por declaración) que han permitido ayudar a millones de personas.
Más aún cuando las necesidades
sociales han aumentado en un contexto de inflación y repunte de precios como el
actual. Cáritas advierte de que tres de cada diez hogares no cuentan con
ingresos suficientes para vivir dignamente, lo que se traduce en miles de
carritos haciendo cola en las puertas de las iglesias. En cifras: 4,8 millones
de personas (el 10,5 % de la población) viven en pobreza severa en España y
13,1 millones de personas más (27,8 % de la población) están en riesgo de
exclusión social.
Un sencillo gesto
«Que más de 8,5 millones de personas decidan marcar
libremente la casilla de la Iglesia porque confían en su
fecunda labor, siempre con una mano tendida para el que lo necesita, supone una
gran satisfacción. Desde el punto de vista económico, los ingresos procedentes
de la asignación tributaria suponen una media del 22 % de la financiación de
las diócesis, por lo que ese sencillo gesto de marcar la casilla de la Iglesia
es fundamental», señala Fernando Giménez Barriocanal, vicesecretario para
Asuntos Económicos de la Conferencia Episcopal Española.
Por suerte, personas como Paloma Consuegra (54 años,
limpiadora) o Tono Martín (37 años, experto en marketing digital) hacen
posible, con su declaración de la renta, que el día a día de los más
desfavorecidas sea menos amargo: hasta 3,8 millones de personas son ayudadas
cada año por los centros caritativos de la Iglesia. «Yo marco la casilla de la
Iglesia porque es una buena forma de contribuir al bien común. Nos ayuda a
concienciarnos de que todos somos responsables y de que el mundo necesita a la
Iglesia para descubrir el amor y la misericordia de Dios», dice este último.
Cada uno, sus motivos
Es también el caso de Blanca Marcos (28 años,
ingeniera) o de Maite A. Sánchez (67 años, médica jubilada), quien lo tiene
claro. «Veo muchas situaciones difíciles en el mundo que yo no puedo resolver,
y la Iglesia llega a todos esos sitios donde yo no llego, como ha ocurrido
recientemente ante el terremoto de Turquía y Siria». De igual manera lo
interpreta María Pazos (44 años, documentalista). «Como hija de Dios y de la
Iglesia, reconozco la gran labor que realiza, abriendo sus puertas y creando
oportunidades a las personas que se encuentran en situación de vulnerabilidad».
Una fragilidad a la que igualmente quiere poner solución José Absalón (59 años,
vigilante de seguridad). «Yo marco la ‘X’ en mi declaración porque la Iglesia
acompaña a las personas en todas las etapas de la vida, desde el mismo momento
de la concepción hasta la muerte natural. Es una apuesta por la dignidad de
todo ser humano».
El perfil de las personas que marcan la casilla de la
Iglesia en su declaración es muy diverso. Cada una tiene un motivo para
hacerlo. Al otro lado están los beneficiarios. «Hay personas de todo tipo y
condición. A todas se les atiende sin preguntar previamente qué religión
profesan y si van a misa. Para la Iglesia todo hombre tiene la dignidad de
«hijo de Dios» y en el rostro del más necesitado se encarna Cristo mismo. Por
eso me duele, a título personal, cuando se quiere presentar a la Iglesia con un
rostro que no refleja en absoluto lo que es y lo que supone para la sociedad»,
matiza el vicesecretario para Asuntos Económicos de la Conferencia Episcopal
Española.
Muchas historias
Gracias a esa ‘X’, Ruth consiguió salir del infierno
del maltrato. «En mi caso, fueron mis amigas de la parroquia las que me
escucharon y empujaron a salir». La condujeron a una asociación de mujeres
maltratadas de la Iglesia. Todo cambió a partir de ese momento. «Unas muchachas
maravillosas que me ayudaron económica y psicológicamente. Las llamaba a
cualquier hora y ellas se ponían y se pasaban horas hablando conmigo. Si tenía
dudas de abogados, cualquier cosa: ahí estaban. No sé qué hubiera hecho sin
ellas. Les debo la vida», agradece la joven.
Ángela
consiguió sentirse, por fin, independiente. A sus 47 años, el síndrome de Down
no le impide hacer su vida en Talavera de la Reina. «Hasta hace poco estaba
interna en una residencia. Pero, ahora, vivo en un piso de acogida de la
Iglesia, y es otra cosa». Esto ha supuesto para ella un paso de gigante.
«Encontré ese piso gracias a la Iglesia. Me ha cambiado la vida. Me han dado la
oportunidad de ayudar a otras personas. Limpio, barro, friego, hago la cena… Me
toca hacer de todo. Me siento más feliz y segura. ¡Y más independiente!»,
subraya.
Testimonios agradecidos
En su parroquia, José (55 años) ha encontrado una
familia. Tenía su trabajo en la construcción. «Pero llegó el día fatídico. El
del accidente. Y me cambió la vida, para siempre. Me caí de una grúa, de un
tercer piso. Quedé lesionado de por vida. Mi vida se desmoronó del todo. Y,
además, mi madre murió por Covid». Gracias a la labor de la Iglesia pudo salir
adelante. «Vivir con mi pensión de invalidez es imposible, no llega. Si no
fuera por la ayuda de la parro¬quia, del comedor social, de la Iglesia, yo no
podría vivir. Me dan de comer, tengo un lugar para dormir. Me están ayudando,
se lo agradezco de corazón», dice.
Son
sólo tres historias anónimas, pero con nombre propio, que han sido posibles
gracias a que otras personas marcaron la casilla de la Iglesia en su
declaración de la renta. Personas que ayudan a personas. «Cabe recordar un dato
elocuente. Y es que, tras calcular el impacto de las donaciones que recibe la
Iglesia, estudios independientes han podido determinar que cada euro retorna a
la sociedad multiplicado por dos y medio. La colaboración público-privada
resulta esencial. Hay que seguir trabajando con altura de miras, tendiendo
puentes y al servicio del bien común», anima Fernando Giménez Barriocanal.
Fuente:
El Debate