5 – Marzo. Miércoles Santo
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Evangelio
según san Mateo 26, 14-25
Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: «¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?».
Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?».
Él contestó: «Id a la ciudad, a casa de quien vosotros sabéis, y decidle: “El Maestro dice: mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”».
Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce.
Mientras comían dijo: «En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar».
Ellos, muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro: «¿Soy yo acaso, Señor?».
Él respondió: «El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!». E
Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: «¿Soy yo acaso, Maestro?».
Él
respondió: «Tú lo has dicho».
Comentario
Se acerca el
desenlace de la vida de Jesús en la tierra. La predicación del Señor no ha
dejado indiferentes a quienes lo escuchaban: por un lado, se encuentran los
sencillos, los que están abiertos a la acción de Dios, los que tienen la
audacia de creer en su mensaje salvador; por el otro, se encuentran los que se
mantienen en sus opiniones, los que no están dispuestos a cambiar, los que ven
en las palabras esperanzadoras del Maestro una amenaza a su posición. Jesús ha
tendido la mano a todos: muchos se han agarrado a ella y han dejado entrar la
alegría en su vida. Pero otros han cristalizado su cerrazón, y caminan
aceleradamente por la senda de la desesperación.
Se cumple la
profecía del anciano Simeón: “Este ha sido puesto para ruina y resurrección de
muchos en Israel, y para signo de contradicción (…) a fin de que se descubran
los pensamientos de muchos corazones” (Lucas, 2, 34-35). Del corazón de Judas
brotan los frutos de la avaricia y de la envidia, que lo llevan a cometer el
peor de los crímenes. Del corazón de los discípulos surge, sin embargo, la luz:
ellos desean celebrar la Pascua con su Maestro y la quieren preparar tal como
Él les ha dicho. Junto a Él quieren recordar la historia de su Pueblo, quizá
porque intuyen que en Él esa historia está llegando a su plenitud.
Jesús también
descubre los pensamientos de su propio corazón. Durante la cena pascual un
comentario destapa el dolor que lleva dentro: “En verdad os digo que uno de
vosotros me va a entregar” (v. 21). El desconcierto rasga el ambiente de
intimidad que se había creado en el Cenáculo. Los apóstoles no saben qué decir
y optan por una reacción que mezcla su simplicidad con la confianza en el
Maestro. Preguntan: “¿Acaso soy yo, Señor?” (v. 22).
Al contemplar
la Pasión, los distintos personajes parecen reflejar la actitud fundamental que
cada persona puede tomar ante Jesús: fidelidad, compasión, rechazo, debilidad,
arrepentimiento… Cada personaje nos dice algo, nos ayuda a descubrir los
pensamientos que tenemos en nuestro corazón, a reconocer su capacidad de
elevarse con grandes actos de amor, pero también de caer en las trampas del
egoísmo. A pesar de nuestras debilidades, queremos ser fieles a Jesús. Como los
apóstoles, en nuestra oración podemos acercarnos con humildad al Señor y
pedirle que nos dé luces para conocernos mejor y sacar de nosotros lo que nos
separe de Él. Jesús nos mostrará la verdad de nuestro corazón y, sobre todo, la
fuerza de su misericordia.
Rodolfo Valdés
Fuente: Opus
Dei






