25– Mayo. Jueves de la VII semana de Pascua
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Evangelio según san Juan 17,
20-26
No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.
Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí.
Padre, este es mi deseo: que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo.
Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido,
y estos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré
a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté en ellos, y yo en
ellos».
Comentario
El Evangelio que la Iglesia nos
invita a considerar hoy forma parte de la oración sacerdotal de Jesús durante
la Última Cena. En el fragmento que hemos leído, Cristo pide de nuevo por la
unidad entre todos los que creerán en Él a lo largo de la Historia.
Un padre de la Iglesia comentaba
a este respecto que «todos nosotros, una vez recibido el único y mismo
Espíritu, a saber, el Espíritu Santo, nos fundimos entre nosotros y con Dios.
Pues aunque seamos muchos por separado, y Cristo haga que el Espíritu del Padre
y suyo habite en cada uno de nosotros, ese Espíritu, único e indivisible,
reduce por sí mismo a la unidad a quienes son distintos entre sí en cuanto
subsisten en su respectiva singularidad y hace que todos aparezcan como una
sola cosa en sí mismo»[1].
El primer fruto de esta unidad de
la Iglesia es la fe de todos los bautizados en Cristo y en su misión divina
(vv. 21.23).
El Señor concluye esta plegaria
pidiendo para que todos le acompañemos en el Cielo y podamos gozar para siempre
de su gloria. Para ello, esta vez no emplea el verbo “rogar” si no “querer”,
con lo que queda de manifiesto que esta petición es la más importante y que
coincide con la voluntad de su Padre: que todos los hombres se salven y lleguen
al conocimiento de la verdad (cfr. 1 Tm 2,4).
A propósito de esta oración de
Jesús pidiendo al Padre la unidad de los suyos en el amor, san Josemaría
comentaba: "Qué bien pusieron en práctica los primeros cristianos esta
caridad ardiente, que sobresalía con exceso más allá de las cimas de la simple
solidaridad humana o de la benignidad de carácter. Se amaban entre sí, dulce y
fuertemente, desde el Corazón de Cristo"[2]. Ojalá
sepamos nosotros seguir poniendo en práctica el mismo grado de amor con quienes
nos rodean.
[1] San Cirilo de Alejandría, Commentarium in Ioannem 11,11.
[2] Amigos de Dios, n. 225.
Pablo Erdozáin
Fuente: Opus Dei