La Universidad Católica de Valencia presenta una obra que alerta de los problemas de base de esta práctica y de los escenarios surrealistas a los que puede llevar
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Algunos de loa autores posan con la obra tras la presentación. Foto:UCV |
Tras la aprobación de la ley
trans, ¿podría una mujer reconocida oficialmente como hombre evadir la
prohibición de la gestación subrogada en España? El artículo de la Ley de
Reproducción Humana Asistida que declara nulos estos contratos solo se refiere
a las «mujeres que renuncian a la filiación». Un debate espontáneo sobre esta surrealista
cuestión ha puesto fin este jueves a la presentación de la obra colectiva Maternidad subrogada:
la nueva esclavitud del s. XXI. Un análisis ético y jurídico, dirigida
por la profesora Pilar María Estellés Peralta y coordinada por la profesora Mª
José Salar, de la Universidad Católica de Valencia (UCV).
Durante el acto, Estellés ha
definido esta práctica como «un claro atentado contra los derechos y dignidad
de los más vulnerables: por un lado, las mujeres en situación de necesidad»
abocadas a un sistema similar a la esclavitud. Esto «contradice el principio
común de la Europa continental de que no pueden ser objeto de tráfico jurídico
las facultades reproductivas». Además, vulnera los derechos y dignidad de los
niños fruto de estos contratos, «a los que se cosifica y a los que se trata
como objetos con el que se puede comerciar, es decir, fabricar, comprar,
vender». Ha criticado además que por el deseo de «convertirse en padres, madres
o incluso abuelos», se está generando un «turismo reproductivo» que trata de
eludir el rechazo legal en España.
No es baladí «nacer por
contrato», ha afirmado Teresa Cid, profesora de la Universidad CEU San Pablo.
«Lo primero que liquida la maternidad subrogada es ese bien relacional
insustituible que es el vínculo del hijo con la madre, que da una identidad al
niño y es absolutamente insustituible». Esta práctica, en cambio, lo
«deconstruye y transforma es un proyecto de autorrealización personal entre la
madre genética, la madre gestante y la madre social».
Consecuencias de romper el
vínculo
El vínculo entre madre e hijo al
que se refería Cid no es solo filosófico. Julio Tudela, director del
Observatorio de Bioética de la UCV, explicó el «diálogo genético» entre madre e
hijo que se produce durante el embarazo, y que conecta biológicamente a la
mujer y al embrión incluso en los casos en los que el niño ha sido concebido
con un óvulo donado. A pesar de no tener una relación genética convencional con
la gestante, «en esos niños se ha encontrado material genético de ella», y
viceversa. «No sabemos qué trascendencia tiene» este intercambio, pero puesto
que la naturaleza lo promueve, «debe de tener alguna utilidad».
Sin embargo, ese vínculo
biológico «salta por los aires con la gestación subrogada». Al daño que esto
puede producir se suman los riesgos para el niño de la fecundación in
vitro, que es como comienzan casi todas las gestaciones subrogadas. «Hay
abundantes artículos científicos que corroboran que los niños concebidos de
esta forma tienen más riesgo de sufrir determinadas patologías» después del
parto. Por no hablar del riesgo evidente de que sea abortado o
rechazado si presenta alguna enfermedad o discapacidad.
Tudela ha desgranado también
algunos de los efectos que la gestación subrogada produce en la gestante, y que
incluyen desde hipertensión y riesgo de tromboembolismos a trastornos
psicológicos. «Sabemos que durante el embarazo el cerebro se prepara para la
crianza». Interrumpirla deliberadamente, ha postulado, es una posible causa de
ese sufrimiento psicológico.
«El niño importa poco»
Estos posibles daños tanto para
la gestante como para el niño son una prueba de que la gestación subrogada
lesiona el principio de «en primer lugar no hacer daño», una de las bases de la
ética médica. Enrique Burguete, profesor de Antropología, ha desgranado por qué
también vulnera los demás principios. Viola el de autonomía, en este caso la
del menor, pues no puede «participar en la decisión» de una práctica médica
sobre su persona. Tampoco respeta el principio de beneficiencia. Mientras que
con la adopción «se intenta restablecer un vínculo que el niño no tiene», en la
gestación subrogada «el niño importa poco» porque es producido para el
bienestar de los padres.
Muestra de ello son casos como el
de una pareja de mujeres estadounidenses que para gestar pidieron un donante de
semen rubio y blanco como ellas, pero por un error en el banco de esperma
tuvieron un hijo mulato y demandaron a la clínica por el daño que eso les
causaba. Burguete ha citado también una nueva corriente dentro del
movimiento queer, que ha pasado de rechazar la procreación como algo
«heteronormativo y patriarcal» a reivindicarla como un elemento más de
«subversión del orden natural».
Es lo que hicieron los padres
homosexuales de Cyril, un bebé nacido del esperma de uno de ellos y de un óvulo
de su tía —y madre genética—, gestado por su abuela —y madre gestante—. El
profesor ha señalado casos incluso más extremos en los que los padres de
intención buscan ex profeso, como gestantes, a mujeres que se
identifiquen como hombres trans. «Me escandaliza que haya partidos con miembros
democristianos que se atrevan a decir que se puede regular esta práctica», ha
lamentado Burguete.
Contratos abusivos
Cristina Mosquera, profesora de
Derecho Civil, ha denunciado por su parte la denigración de las mujeres
gestantes. Primero, son exhibidas por las agencias a modo de catálogo
publicitario en función de sus características biológicas. Luego, se someten a
unos contratos con cláusulas en las que aceptan unas limitaciones extremas de
su autonomía personal. Por ejemplo, se las obliga a separarse de su hijo y
renunciar a él inmediatamente tras el parto, cuando en los casos de adopción
«se establece que la madre no podrá prestar su asentimiento hasta seis semanas
después, para que haya un período de reflexión».
Pero, además, «los padres de
intención deciden absolutamente todo: el número de embriones que se implantan,
el tipo de parto, qué alimentación va a tomar, incluso he leído contratos que
dicen que si la madre gestante sufre algún problema como la muerte cerebral
consiente en que se la mantenga con vida hasta que el feto pueda nacer».
¿Una regulación europea?
José Ramón de Verda, catedrático
de Derecho Civil de la Universidad de Valencia, ha alertado sobre los intentos
por parte de algunos sectores de aprobar un reglamento europeo «realmente
sibilino». Esta propuesta afirmaría, por un lado, que «no se podrá reconocer en
un país miembro» una sentencia u otro reconocimiento de un país en materia de
derecho de familia «cuando sea contraria a una norma de orden público» en el
país en el que se la quiere hacer prevalecer. Esto implicaría que un país en el
que sea ilegal la gestación subrogada, como España, no tendría que reconocer a
un niño como hijo de sus padres de intención aunque el país donde se haya llevado
a cabo el proceso lo hayan hecho.
Sin embargo, en la segunda parte
de la propuesta se quiere crear «un certificado de filiación único» para toda
la UE, de forma que si fuera emitido por un país donde se admite esta práctica
—de momento Portugal es el único—, sería válido en toda la Unión. Con todo, el
catedrático ha recordado que para que saliera adelante esta norma «debe ser
adoptado pr unanimidad por todos los Estados miembro».
En la elaboración de Maternidad
subrogada: la nueva esclavitud del s. XXI han intervenido 16 especialistas
de diversas universidades españolas, además de la UCV, como son la Universidad
de Valencia, la Universidad CEU San Pablo de Madrid, la Universidad Europea de
Madrid, la UNED, y la Universidad de Coímbra en Portugal.
María Martínez López
Fuente: Alfa y Omega