Hoy la Palabra de Dios nos muestra al Espíritu Santo en acción. Lo vemos actuar en tres momentos: en el mundo que ha creado, en la Iglesia y en nuestros corazones
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Aciprensa |
Este domingo 28 de mayo, el Papa Francisco presidió la Misa de
la Solemnidad de Pentecostés en la Basílica de San Pedro, donde destacó 3
momentos en los que el Espíritu Santo actúa: en el mundo que ha creado, en la
Iglesia y en nuestros corazones.
A continuación, la homilía pronunciada por el Papa Francisco:
Hoy la Palabra de Dios nos muestra al Espíritu Santo en acción.
Lo vemos actuar en tres momentos: en el mundo que ha creado, en la Iglesia y en
nuestros corazones.
1. Primero, en el mundo que ha
creado, en la creación. Desde el principio, el Espíritu Santo está en acción:
“Si envías tu aliento, son creados”, hemos rezado con el Salmo (104,30). Él, en
efecto, es creator Spiritus (cf. S. AGUSTÍN, In Ps. 32,2,2), Espíritu creador;
así lo invoca la Iglesia desde hace siglos. Pero, podemos preguntarnos, ¿qué
hace el Espíritu en la creación del mundo?
Si todo proviene del Padre, si todo fue creado por medio del
Hijo, ¿cuál es el papel específico del Espíritu? Un gran Padre de la Iglesia,
san Basilio, escribió: “Si se intenta sustraer al Espíritu de la creación,
todas las cosas se mezclan y la vida surge sin ley, sin orden” (Spir., XVI,38).
Esta es la función del Espíritu: es Aquel que, al principio y en todo tiempo,
hace pasar las realidades creadas del desorden al orden, de la dispersión a la
cohesión, de la confusión a la armonía. Él da al mundo, en una palabra,
armonía; este modo de actuar lo veremos siempre en la Iglesia.
De ese modo "guía el curso de los tiempos y renueva la faz
de la tierra” (Const. past. Gaudium et spes, 26; Sal 104,30). Renueva la
tierra, pero —atención— no cambiando la realidad, sino armonizándola; este es
su estilo porque Él en sí mismo es armonía: Ipse harmonia est (cf. S.
BASILIO, In Ps. 29,1), decía un Padre de la Iglesia.
Hoy en el mundo
hay mucha discordia, mucha división. Estamos todos conectados y, sin embargo,
nos encontramos desconectados entre nosotros, anestesiados por la indiferencia
y oprimidos por la soledad. Muchas guerras, pensemos en las guerras,
muchos conflictos; ¡parece increíble el mal que el hombre puede llegar a
realizar! Pero, en realidad, lo que alimenta nuestras hostilidades es el
espíritu de la división, el diablo, cuyo nombre significa precisamente “el que
divide”. Sí, el que precede y excede nuestro mal, nuestra desunión, es el
espíritu maligno, el “seductor del mundo entero” (Ap 12,9).
Él goza con los antagonismos, con las injusticias, con las
calumnias, es su alegría. Y, frente al mal de la discordia, nuestros esfuerzos
por construir la armonía no son suficientes. He aquí entonces que el Señor, en
el culmen de su Pascua, en el culmen de la salvación, derramó sobre el
mundo creado su Espíritu bueno, el Espíritu Santo, que se opone al espíritu de
división porque es armonía; Espíritu de unidad que trae la paz. Pidámosle que
venga cada día a nuestro mundo, nuestra vida, y frente a cada división.
2. Además de estar presente en la creación, lo vemos actuando en
la Iglesia, desde el día de Pentecostés. Pero notemos que el Espíritu no
dio comienzo a la Iglesia impartiendo instrucciones y normas a la
comunidad, sino descendiendo sobre cada uno de los apóstoles; cada uno recibió
gracias particulares y carismas diferentes. Toda esta pluralidad de dones
distintos podría generar confusión, pero al Espíritu —como en la
creación— le gusta crear armonía partiendo precisamente de la pluralidad.
Su armonía no es un orden impuesto y homologado. No; en la Iglesia hay un
orden “organizado de acuerdo a la diversidad de los dones del Espíritu”
(S. BASILIO, Spir., XVI,39). En Pentecostés, en efecto, el Espíritu Santo
descendió en numerosas lenguas de fuego; dio a cada uno la capacidad de hablar
otras lenguas (cf. Hch 2,4) y de oír a los demás hablar en la propia lengua
(cf. Hch 2,6.11). Por tanto, no crea una lengua igual para todos, no elimina
las diferencias, las culturas, sino que armoniza todo sin homologar, sin
uniformar. Esto nos debe hacer pensar donde la tentación del “indietrismo”
busca homologar todo en disciplinas solamente de apariencia, sin
sustancia.
Detengámonos en este aspecto: el Espíritu no comienza por un
proyecto estructurado —como hacemos nosotros, que a menudo nos perdemos
después en nuestros programas—; no, Él empieza repartiendo dones
gratuitos y sobreabundantes. El texto, en efecto, subraya que en Pentecostés
“todos quedaron llenos del Espíritu Santo” (Hch 2,4). Todos llenos, así
empieza la vida de la Iglesia; no por un plan preciso y articulado, sino por la
experiencia del mismo amor de Dios.
De este modo, el Espíritu crea armonía, nos invita a dejar que
su amor y sus dones, que están presentes en los demás. Como nos ha dicho san
Pablo: “Hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu […]
Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un
solo Cuerpo” (1 Co 12,4.13). Ver a cada hermano y hermana en la fe como parte
del mismo cuerpo al que pertenezco; esta es la mirada armoniosa del Espíritu,
este es el camino que nos indica.
Y el Sínodo que se está realizando es —y debe ser— un camino
según el Espíritu; no un parlamento para reclamar derechos y necesidades
de acuerdo a la agenda del mundo, no la ocasión para ir donde nos lleva
el viento, sino la oportunidad para ser dóciles al soplo del Espíritu. Porque,
en el mar de la historia, la Iglesia navega sólo con Él, que es “el alma de la
Iglesia” (S. PABLO VI, Discurso al Sacro Colegio por las felicitaciones
onomásticas, 21 junio 1976), el corazón de la sinodalidad, el motor de la
evangelización.
Sin Él la Iglesia permanece inerte, la fe es una mera doctrina,
la moral sólo un deber, la pastoral un simple trabajo. Tantas veces escuchamos
a pensadores, teólogos, que nos dan doctrinas frías, parecen matemáticas,
porque falta el Espíritu dentro. Con Él, en cambio, la fe es vida, el amor del
Señor nos conquista y la esperanza renace. Volvamos a poner al Espíritu Santo
en el centro de la Iglesia, de lo contrario nuestro corazón no será inflamado
de amor por Jesús, sino por nosotros mismos.
Pongamos al Espíritu en el principio y en el centro de los
trabajos sinodales. Porque es “a Él, sobre todo, a quien necesita hoy la
Iglesia. Digámosle cada día: ¡Ven!” (cf. ÍD., Audiencia general, 29
noviembre 1972). Y caminemos juntos, porque al Espíritu, como en Pentecostés,
le gusta descender mientras “están todos reunidos” (cf. Hch 2,1).
Sí, para mostrarse al mundo Él escogió el momento y el lugar en
el que estaban todos juntos. Por lo tanto, el Pueblo de Dios, para ser colmado
del Espíritu, debe caminar unido, hacer sínodo. Así se renueva la armonía en la
Iglesia: caminando juntos con el Espíritu al centro. Hermanos, hermanas,
construyamos armonía en la Iglesia!
3. Por último, el Espíritu crea armonía en nuestros corazones. Lo vemos en el
Evangelio, cuando Jesús, la tarde de Pascua, sopló sobre sus discípulos y
dijo: “Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22). Lo da con un fin
específico: para perdonar los pecados, es decir, para reconciliar los ánimos,
para armonizar los corazones lacerados por el mal, rotos por las heridas,
disgregados por los sentimientos de culpa. Sólo el Espíritu devuelve la armonía
al corazón porque es Aquel que crea la “intimidad con Dios” (S. BASILIO,
Spir., XIX,49). Si queremos armonía busquémoslo a Él, no a los sucedáneos
mundanos. Invoquemos al Espíritu Santo cada día, comencemos rezándole cada día,
seamos dóciles a Él.
Y hoy, en su fiesta, preguntémonos: ¿soy dócil a la armonía del
Espíritu o sigo mis proyectos, mis ideas, sin dejarme modelar, sin
dejarme transformar por Él? ¿Mi modo de vivir la fe es dócil o es testarudo a
las cartas, a las llamadas doctrinas que sólo son expresiones de una vida
fría? ¿Me apresuro a juzgar, señalo con el dedo y le cierro la puerta en la
cara a los demás, considerándome víctima de todo y de todos? O, por el
contrario, ¿acojo su poder creador armonioso, la “gracia del conjunto” que Él
inspira, su perdón que da paz, y a mi vez perdono? El perdón es hacer
espacio a que venga el Espíritu.
¿Promuevo reconciliación y creo comunión, o estoy siempre
buscando, acercando la nariz donde hay dificultades, para hablar mal, para
dividir, para destruir? ¿Perdono, promuevo reconciliación, creo comunión? Si el
mundo está dividido, si la Iglesia se polariza, si el corazón se
fragmenta, no perdamos tiempo criticando a los demás y enojándonos con nosotros
mismos, sino invoquemos al Espíritu, Él es capaz de resolver estas cosas.
Espíritu Santo, Espíritu de Jesús y del Padre, fuente inagotable
de armonía, te encomendamos el mundo, te consagramos la Iglesia y
nuestros corazones. Ven, Espíritu creador, armonía de la humanidad, renueva la
faz de la tierra. Ven, Don de dones, armonía de la Iglesia, únenos a Ti. Ven,
Espíritu del perdón, armonía del corazón, transfórmanos como Tú sabes, por
intercesión de María.
Fuente: ACI Prensa