Vigésimo segundo día: Explicación de las letanías
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Aciprensa |
Janua coeli
Puerta del cielo. Los
fieles, llamando a María la Puerta del cielo, hablando siguiendo a los Padres
de la Iglesia que le dieron es nombre. Esta cualidad le conviene tan
perfectamente, que es en el dichoso momento en el que el Verbo divino se dignó
encarnar en su casto seno que nos convertimos en los herederos del cielo y los
coherederos de Jesucristo. Por eso, los patriarcas y los justos del Antiguo
Testamento, detenidos en los limbos hasta el momento en que debían ser
introducidos en el cielo por el vencedor del pecado y de la muerte, exclamaron
sin cesar delante de María, según las palabras de San Agustín: “Virgen
perpetua” Abre tu seno que es bermejo como una rosa, porque es tu fe la que
abre y cierra los cielos”.
Stella matutina
Estrella de la mañana. Par
conocer el motivo de dar a María el título de Estrella de la mañana,
consideremos que al igual que las sombras de la noche huyen al momento en que
esta estrella aparece y anuncia el nacimiento del sol; igualmente, María, mil
veces más brillante que la aurora, apareció para anunciar el nacimiento del Sol
de justicia y para dar al mundo a aquel que debía traer la luz y la
verdad, y disipar las tinieblas de la idolatría y de la ignorancia que cubrían
casi todo el universo antes del nacimiento de su divino Hijo
Ejemplo
San Francisco de Sales, Obispo de
Ginebra, cuya rara modestia y vida ejemplar eran una imagen semejante a la de
María, había recibido, desde su juventud, una prueba milagrosa de la protección
de esta divina virgen, por la liberación súbita de una tentación de desesperanza
espantosa. Su confianza en esta tierna Madre se redobló desde entonces, y no
dejó de testimoniar su reconocimiento. Aunque encargado de dirigir una gran
diócesis, ocupado de la predicación, de la dirección de almas, en la
composición de las bellas obras con que enriqueció a la Iglesia, no se
dispensaba de rezar diariamente el rosario. Una vez que se vio obligado a
posponerlo hasta muy tarde, su vicario le hizo la observación que tenía una
extrema necesidad de descanso, y que debía pasarlo para la mañana siguiente. Mi
máxima, le contestó el fiel servidor de María, es no dejar nunca para el día
siguiente lo que se puede hacer en el momento, y continuó su rosario hasta el
final.
Recemos a menudo el rosario y la Santísima Virgen, después de nuestra muerte, nos introducirá en el cielo.