Vigésimo noveno día: Explicación de las letanías
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Aciprensa |
Agnus Dei qui tollis percata
mundi
Cordero de Dios, que quitas el
pecado del mundo. Ahora bien, Jesucristo es el verdadero Cordero que ha
sido inmolado por los pecados del mundo; porque todos los sacrificios y las
oblaciones de la antigua ley eran insuficientes para borrar los pecados, tal
como lo explicó el Apóstol en su Epístola a los Hebreos, capítulo X, diciendo:
es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quiten los
pecados, hacía falta otra víctima: era necesario que un Dios reparara el
ultraje que el pecado había hecho a Dios. Por eso, san Pablo, en la Epístola antes
citada, escribió que el Hijo de Dios, al entrar a este mundo dio a su divino
Padre: No quieres hostia ni oblación, pero me formaste un cuerpo; para hacernos
comprender que Jesucristo era la única víctima digna de agradar a Dios y de
reconciliarnos con Él.
Cordero de Dios, que quitas los
pecados del mundo, perdónanos, Señor.
Agnus Dei qui tollis percata mundi
Agnus Dei qui tollis percata
mundi
Cordero de Dios, que quitas los
pecados del mundo. Leemos en el capítulo XV del Apocalipsis que san Juan
vio siete ángeles que sostenían siete copas de oro llenas de la cólera de Dios,
listos a derramarlas sobre la tierra. Ahora bien, se ha representado la última imagen
de esos siete ángeles cerca del Cordero de Dios, para significar que
Jesucristo, siendo el Cordero de Dios inmolado por los pecados del mundo,
satisfizo la venganza divina y que las plagas de la cólera de Dios que
encerraban las siete copas han sido desviadas de la superficie de la tierra por
el mérito de la efusión de su preciosa Sangre.
Ejemplo
San Juan Nepomuceno, vino al
mundo en un estado desesperado, y no debió la conservación de su vida sino a la
protección de la Santísima Virgen, que era invocada por sus piadosos padres en
la iglesia de un monasterio vecino. Este primer favor de María era un feliz
presagio para el porvenir: le siguieron la piedad, el celo, la habilidad en la
conducción de almas. Juan, por su lado, se mostró digno de las bondades
de su divina benefactora, por su viva gratitud y por su confianza filial, que
le testimonió frecuentemente, pero sobre todo en la circunstancia gloriosa que
lo hizo célebre para siempre. Urgido por el cruel Wenceslao para que revelara
la confesión de la emperatriz, su esposa, y entregado por su negativa, al
verdugo, recurrió a María y no dejó de invocar su santo nombre junto al de su
divino Hijo mientras se le atormentaba. Salió vencedor de esta primera prueba,
pero previendo que su perseguidor no se detendría ahí, redobló su fervor hacia
la Santísima Virgen y se preparó para el martirio, que en efecto tuvo la dicha
de sufrir la noche siguiente.
Dirijámonos a Jesús, por la intercesión de María y obtendremos el perdón de nuestros pecados.
Fuente: ACI Prensa