En la Audiencia General de este miércoles, el Papa Francisco dedicó su catequesis a la figura de Santa María MacKillop, religiosa australiana, fundadora de las Hermanas de San José del Sagrado Corazón, comprometida con la educación de los pobres
ACI Prensa |
“Ella, como
María Magdalena, se encontró con Jesús resucitado y se sintió impulsada a
difundir a todos la Buena Noticia. Su celo apostólico la llevó a realizar
numerosas obras de caridad, como la fundación de escuelas y hogares para los
más necesitados, sobre todo en zonas rurales”, afirmó el 28 de junio, en su
ciclo de catequesis sobre la pasión por la evangelización.
La Audiencia
General concluyó con el rezo del Padre Nuestro y la bendición apostólica.
A continuación,
el texto del Santo Padre:
¡Queridos
hermanos y hermanas, buenos días!
¡Hoy tenemos
que tener un poco de paciencia, con este calor! ¡Gracias por haber venido con
este calor, con este sol, muchas gracias por vuestra visita!
En esta serie
de catequesis sobre el celo apostólico, estamos encontrando algunas figuras
ejemplares de hombres y mujeres de todo tiempo y lugar, que han dado la vida
por el Evangelio.
Hoy vamos
lejos, a Oceanía, un continente formado por muchísimas islas, grandes y
pequeñas. La fe en Cristo, que tantos emigrantes europeos llevaron a esas
tierras, echó raíces pronto y dio frutos abundantes (cfr Exhort. ap.
post. Ecclesia in Oceania, 6). Entre ellos está una religiosa
extraordinaria, Santa María MacKillop (1842-1909), fundadora de las Hermanas de
San José del Sagrado Corazón, que dedicó su vida a la formación intelectual y
religiosa de los pobres en la Australia rural.
María MacKillop
nació cerca de Melbourne de padres que emigraron a Australia desde Escocia. De
niña, se sintió llamada por Dios a servirlo y testimoniarlo no sólo con las
palabras, sino sobre todo con una vida transformada por la presencia de Dios
(cfr Evangelii gaudium, 259).
Como María
Magdalena, que fue la primera en encontrar a Jesús resucitado y fue enviada por
Él a llevar el anuncio a los discípulos, María estaba convencida de ser ella
también enviada a difundir la Buena Noticia y a atraer a otros al encuentro con
el Dios viviente.
Leyendo con
sabiduría los signos de los tiempos, entendió que para ella la mejor forma de
hacerlo era a través de la educación de los jóvenes, siendo consciente de que
la educación católica es una forma de evangelización.
Es una gran
forma de evangelización. Así, si podemos decir que "cada santo es una
misión; es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en un momento
determinado de la historia, un aspecto del Evangelio" (Exhort. ap. Gaudete
et exsultate, 19), María MacKillop lo fue sobre todo a través de la fundación
de escuelas.
Final del
formulario
Una
característica esencial de su celo por el Evangelio consistía en cuidar de los
pobres y los marginados. Y esto es muy importante: en el camino de la santidad,
que es el camino cristiano, los pobres y los marginados son protagonistas y una
persona no puede ir adelante en la santidad si no se dedica también a ellos, de
una forma u otra. Estos, que necesitan de la ayuda del Señor, llevan la
presencia del Señor.
Una vez leí una
frase que me impresionó; decía así: “El protagonista de la historia es el
mendigo: los mendigos son aquellos que atraen la atención sobre la injusticia,
que es la gran pobreza en el mundo”; se gasta el dinero para fabricar armas y
no para producir comidas… Y no olvidéis: no hay santidad si, de una manera u
otra, no hay cuidado de los pobres, los necesitados, de aquellos que están un
poco a los márgenes de la sociedad.
Este cuidar de
los pobres y de los marginados impulsaba a María a ir allí donde otros no
querían o no podían ir. El 19 de marzo de 1866, fiesta de San José, abrió la
primera escuela en un pequeño suburbio al sur de Australia. Le siguieron tantas
otras que ella y sus hermanas fundaron en las comunidades rurales en Australia
y Nueva Zelanda. Se multiplicaron, porque el celo apostólico hace así:
multiplica las obras.
María MacKillop
estaba convencida de que el propósito de la educación es el desarrollo integral
de la persona tanto como individuo que como miembro de la comunidad; y que esto
requiere sabiduría, paciencia y caridad por parte de todo profesor.
En efecto, la
educación no consiste en llenar la cabeza de ideas: no, no es sólo esto. ¿En
qué consiste la educación? En acompañar y animar a los estudiantes en el camino
de crecimiento humano y espiritual, mostrándoles cuánto la amistad con Jesús
Resucitado dilata el corazón y hace la vida más humana.
Educar es
ayudar a pensar bien: a sentir bien –el lenguaje del corazón– y
a hacer bien –el lenguaje de las manos-. Esta visión es plenamente
actual hoy, cuando sentimos la necesidad de un “pacto educativo” capaz de unir
a las familias, las escuelas y toda la sociedad.
El celo de
María MacKillop por la difusión del Evangelio entre los pobres la condujo
también a emprender otras obras de caridad, empezando por la “Casa de la
Providencia” abierta en Adelaide para acoger ancianos y niños
abandonados.
María tenía
mucha fe en la Providencia de Dios: siempre confiaba que en cualquier situación
Dios provee. Pero esto no le ahorraba las preocupaciones y las dificultades que
derivan de su apostolado, y María tenía buenas razones: tenía que pagar las
cuentas, tratar con los obispos y los sacerdotes locales, gestionar las
escuelas y cuidar la formación profesional y espiritual de las Hermanas; y, más
tarde, los problemas de salud. Sin embargo, en todo esto, permanecía tranquila,
llevando con paciencia la cruz que es parte integrante de la misión.
En una ocasión,
en la fiesta de la Exaltación de la Cruz, María dijo a una de sus hermanas:
“Hija mía, desde hace muchos años he aprendido a amar la Cruz”.
No se rindió en
los momentos de prueba y de oscuridad, cuando su alegría era amortiguada por la
oposición y el rechazo. Veis: todos los santos han encontrado oposiciones,
también dentro de la Iglesia. Es curioso, esto. También ella las tuvo.
Permanecía convencida de que, también cuando el Señor le asignaba "pan de
asedio y aguas de opresión" (Is 30,20), el mismo Señor respondería pronto
a su grito y la rodearía con su gracia. Este es el secreto del celo apostólico:
la relación continua con el Señor.
Hermanos y
hermanas, el discipulado misionero de Santa María MacKillop, su respuesta
creativa a las necesidades de la Iglesia de su tiempo, su compromiso por la
formación integral de los jóvenes nos inspire hoy a todos nosotros, llamados a
ser levadura del Evangelio en nuestras sociedades en rápida transformación. Su
ejemplo y su intercesión sostengan el trabajo cotidiano de los padres, de los
profesores, de los catequistas y de todos los educadores, por el bien de los
jóvenes y por un futuro más humano y lleno de esperanza.
Fuente: ACI
Prensa