17 – Junio. Sábado. Inmaculado Corazón de la Bienaventurada Virgen María
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Evangelio según san Lucas 2,
41-51
Sus padres solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo. Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados».
Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.
Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su
madre conservaba todo esto en su corazón.
Comentario
Hoy celebramos en la Iglesia la
fiesta del Inmaculado Corazón de María. Los Corazones de Jesús y de María están
maravillosamente unidos desde el momento de la Encarnación. La Iglesia nos
enseña que el modo más seguro de llegar a Jesús es por medio de María. El papa
Pío XII estableció la fiesta para toda la Iglesia el 4 de mayo de 1944. Por
medio de la intercesión de María obtenemos la paz entre las naciones, libertad
para la Iglesia, la conversión de los pecadores, amor a la pureza y la práctica
de las virtudes.
En el Evangelio de hoy, la
Sagrada Familia acude al Templo de Jerusalén. Lo hacen por devoción. La Ley de
Moisés obligaba a los varones israelitas a presentarse ante el Señor tres veces
por año: en Pascua, en Pentecostés y en la fiesta de los Tabernáculos. Ese
deber no afectaba a las mujeres ni a los niños antes de que cumplieran 13 años.
Además, en tiempos de Jesús, era costumbre que sólo los que residían a menos de
una jornada de viaje hiciesen esa peregrinación, que además se solía limitar a
la fiesta de Pascua. Como Nazaret distaba de Jerusalén varios días de camino,
tampoco José se hallaba estrictamente ligado por el precepto. Sin embargo,
tanto él como María iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de Pascua (Lc
2, 41).
En el camino de vuelta, los
varones y las mujeres viajaban por separado. Los niños podían ir con cualquiera
de los dos grupos. María y José se percatan de que Jesús no está y angustiados
le buscan entre los parientes y conocidos (Lc 2, 44). A toda prisa, quizá esa
misma noche, regresaron en su busca a Jerusalén. Al tercer día de búsqueda lo
hallaron en el Templo. Lo encontraron sentado en medio de los doctores,
escuchándolos y preguntándoles. Y cuantos le oían, quedaban admirados de su
sabiduría y de sus respuestas (Lc 2, 46-47).
También la Virgen y su Esposo, al
verlo, se maravillaron (Lc 2, 48). Pero su asombro no se debía a la sabiduría
de las respuestas, sino a que era la primera vez que sucedía algo semejante:
Jesús, el hijo obedientísimo, se había quedado en Jerusalén, sin avisarles.
—Hijo, ¿por qué nos has hecho
esto? Mira que tu padre y yo, angustiados, te buscábamos. Y Él les respondió:
¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que Yo esté en las cosas de
mi Padre? Pero ellos no comprendieron lo que les dijo (Lc 2, 48-50).
Ellos no comprendieron la
respuesta que les dio (Lc 2, 50). María y José no entienden. Jesús quiere
revelar los aspectos misteriosos de su intimidad con el Padre, aspectos que
María intuye, pero sin saberlos relacionar con la prueba que estaba
atravesando. La respuesta de María es admirable. En lo más profundo de su alma
conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón (Lc 2, 51).
Al recibir esa respuesta, sin
comprenderla, María y José acataron los planes de Dios, con una humildad y una
docilidad plenas. Es una lección para todos los cristianos, que nos invita a
aceptar con amor las manifestaciones de la Providencia divina, aunque en
ocasiones no las entendamos. El corazón de María se une totalmente al corazón
de Jesús. No entiende, pero se fía porque sabe que los planes de Dios son más
grandes que los planes de los hombres. Pidamos a María tener un corazón a la
manera del suyo, siempre dispuestos a aceptar la voluntad de Dios.
¡Corazón Inmaculado de María, ruega
por nosotros!
Fuente: Opus Dei