13 – Junio. Martes. San Antonio de Padua, presbítero y doctor de la Iglesia
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Evangelio según san Mateo 5,
13-16
Vosotros sois la sal de la
tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que
para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo.
No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se
enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el
candelero y que alumbre a todos los de casa. Brille así vuestra luz ante
los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre
que está en los cielos.
Comentario
“Vosotros sois la sal de la
tierra. Vosotros sois la luz del mundo”.
Jesús se dirige a las personas
que le escuchan de modo que le entiendan. Utiliza imágenes que les son muy
familiares: la sal y la luz.
La sal preserva de la corrupción
los alimentos. El Señor manifiesta que sus discípulos han de dar testimonio de
Dios en este mundo reflejándolo en su vida. Haciendo presente el Amor de Dios
entre los hombres con sus buenas obras.
La luz es necesaria para vivir,
para todo. La luz se pone en un candelero para que ilumine a todos los de la
casa. Así el discípulo de Jesús debe ser luz que señale a los demás el buen
camino con su comportamiento.
Dice san Josemaría: “Como quiere
el Maestro, tú has de ser —bien metido en este mundo, en el que nos toca vivir,
y en todas las actividades de los hombres— sal y luz. —Luz, que ilumina las
inteligencias y los corazones; sal, que da sabor y preserva de la corrupción.
Por eso, si te falta afán apostólico, te harás insípido e inútil, defraudarás a
los demás y tu vida será un absurdo”[1].
Ser sal y luz para que los
hombres vean “vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en
los cielos”. Dios quiere hacerse presente en el mundo a través de los
cristianos: que sean otros Cristos en los lugares en los que desarrollan su vida
familiar, su vida profesional, etc. Que su modo de comportarse sea tal que
ocurra lo que escribió san Josemaría en Camino: “Ojalá fuera tal tu compostura
y tu conversación que todos pudieran decir al verte o al oírte hablar: éste lee
la vida de Jesucristo”[2].
Alta es la meta que el Señor nos
propone. Mucho es lo que el Señor espera de los cristianos, pero mayor es la
gracia que el Resucitado nos da para que podamos corresponder. El Resucitado
nos concede que podamos ser sal y luz por medio de la oración y de los
sacramentos. De este modo, con la sal y luz de Cristo vivo, empujamos hacia el
cielo a muchas almas.
[2] San Josemaría, Camino, 2.
Javier Massa
Fuente: Opus Dei