3 – Junio. Sábado. Santos Carlos Luanga y compañeros, mártires
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Evangelio
según san Marcos 11, 27-33
Volvieron a Jerusalén y, mientras paseaba por el templo, se le acercaron los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, y le decían: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad para hacer esto?».
Jesús les replicó: «Os voy a hacer una pregunta y, si me contestáis, os diré con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan ¿era del cielo o de los hombres? Contestadme».
Se pusieron a deliberar: «Si decimos que es del cielo, dirá: “¿Y por qué no le habéis creído?”. ¿Pero cómo vamos a decir que es de los hombres?». (Temían a la gente, porque todo el mundo estaba convencido de que Juan era un profeta). Y respondieron a Jesús: «No sabemos».
Jesús les replicó: «Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto».
Comentario
La
purificación del Templo dejó atónitos a los jefes religiosos del pueblo. Fue
una especie de restauración del culto, como la que tuvo lugar en tiempo de los
Macabeos; por entonces fue una celebración muy solemne: “lo celebraron durante
ocho días con alegría” (2 Macabeos 10,6), porque habían sido derrotados
los enemigos del pueblo de Dios que profanaron su Templo. Pero ahora la
profanación venía de dentro del pueblo: las autoridades permitieron que la Casa
de Dios dejase de ser casa de oración para ser casa de negocios. Hacía falta
una potestad superior, la de Jesús, para restablecer el orden en aquel lugar
santo.
Nos sorprende
también a nosotros este diálogo. Jesús, ante la pregunta desconfiada, responde
con otra pregunta con la que invita al interlocutor al examen de conciencia.
Así suele hacer el Maestro cuando encuentra una actitud hostil a sus acciones y
enseñanzas. Quien había escuchado al Bautista y había aceptado su predicación,
estaba bien dispuesto para acoger a Jesús como Maestro. Pero aquellos jefes no
acogieron con humildad el ministerio de Juan. No reconocen la verdad de
aquellas palabras proféticas, aplicadas al precursor: “Es como fuego de
fundidor, como lejía de lavanderos. Se pondrá a fundir y a purificar la plata;
purificará a los hijos de Leví, los acrisolará como oro y plata: así podrán
ofrecer al Señor una oblación en justicia” (Malaquías 3,2-3). Como no
aceptaban la purificación de sus corazones, no entendieron la purificación del
Templo.
Necesitamos
hacer un esfuerzo interior para entender a Jesús en todos sus gestos y
palabras. Aquellos hombres no fueron sencillos como palomas; por eso Jesús se
mostró sagaz como una serpiente (cf. Mateo 10,16), y los dejó sin
palabras. No pudo haber diálogo sincero. La sinceridad es necesaria para el
entendimiento con las personas, en primer lugar, con Dios. Una virtud que acaba
convirtiéndose en sencillez. Lo vemos en la Virgen María, en el diálogo con el
arcángel, que concluyó con un sencillo y entregado “hágase en mí según tu
palabra”. Se la pedimos a Ella para poder hablar con Dios, y conociéndole más
cada día, nos conozcamos mejor a nosotros mismos. Así, conscientes de que somos
también templos de Dios (cf. 1 Corintios 3,16-17), desearemos la
purificación de nuestros pecados.
Josep Boira
Fuente: Opus
Dei






