8 – Junio. Jueves de la IX semana del Tiempo Ordinario
Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Marcos 12,
28b-34
Un escriba que oyó la discusión, viendo lo acertado de la respuesta, se acercó y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?».
Respondió Jesús: «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos».
El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios».
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios».
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Comentario
En el evangelio de hoy, el Señor
responde a un escriba acerca de cuál es el primer mandamiento de la ley de
Dios. Y, acto seguido, queriendo mostrar su unidad con el anterior, añade el
segundo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (v. 31).
Ambos preceptos constituyen el
núcleo de la moral cristiana, tan unidos que no pueden disociarse si se quiere
alcanzar la plenitud a la que nos llama el Señor. El papa Benedicto explicaba
este doble precepto sirviéndose de la imagen de la mirada: «Aprendemos a mirar
al otro no sólo con nuestros ojos, sino con la mirada de Dios, que es la mirada
de Jesucristo. Una mirada que parte del corazón y no se queda en la superficie;
va más allá de las apariencias y logra percibir las esperanzas más profundas
del otro: esperanzas de ser escuchado, de una atención gratuita; en una
palabra: de amor. Pero se da también el recorrido inverso: que abriéndome al
otro tal como es, saliéndole al encuentro, haciéndome disponible, me abro
también a conocer a Dios, a sentir que Él existe y es bueno. Amor a Dios y amor
al prójimo son inseparables y se encuentran en relación recíproca»[1].
Precisamente al introducir este
precepto de amar a los demás, Jesús nos enseña que el amor que Dios Padre tiene
por cada hombre y por cada mujer –y al que estamos invitados a corresponder– no
es una cuestión teórica o idealista, sino que está llamado a traducirse en una
entrega desinteresada de nosotros mismos hacia Dios y hacia los demás.
Jesús no se queda en las
palabras, sino que, a lo largo de toda su vida, vivió esta entrega, esta
donación total al Padre y a los hombres, hasta su consumación final en el
Calvario, invitándonos a nosotros a imitarle hasta convertirnos en fieles
discípulos suyos.
San Josemaría, en una homilía
titulada “Con la fuerza del Amor”, así lo recoge: «El anuncio y el ejemplo del
Maestro resultan claros, precisos. Ha subrayado con obras su doctrina (…) [Los
cristianos] si profesamos esa misma fe, si de verdad ambicionamos pisar en las
nítidas huellas que han dejado en la tierra las pisadas de Cristo, no hemos de
conformarnos con evitar a los demás los males que no deseamos para nosotros
mismos. Esto es mucho, pero es muy poco, cuando comprendemos que la medida de
nuestro amor viene definida por el comportamiento de Jesús»[2].
[2] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 223.
Pablo Erdozáin
Fuente: Opus Dei