10 – Junio. Sábado de la IX semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio
según san Marcos 12, 38-44
Y él, instruyéndolos, les decía:
«¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en las plazas, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas y aparentan hacer largas oraciones. Esos recibirán una condenación más rigurosa».
Estando Jesús sentado enfrente del tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban mucho; se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante.
Llamando a sus discípulos, les dijo:
«En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas
más que nadie.
Comentario
En el
evangelio de hoy, san Marcos narra el episodio de una mujer viuda y pobre que
echa unas monedas en el cepillo del templo, ganándose la alabanza del Señor.
Las palabras
de Jesús sobre la generosidad de esa buena mujer que “ha echado todo lo que
tenía” dejan entrever una profunda alegría y admiración del Señor hacia ella.
Durante el
Sermón de la Montaña, el Señor había alabado a los “pobres de espíritu, porque
de ellos es el Reino de los cielos” (Mt 5,3). La pobreza es una virtud
cristiana que nos ayuda a dar el valor verdadero a las cosas materiales y a
poner todo nuestros deseos y fuerzas para lograr los bienes imperecederos.
En ocasiones
esta virtud se vivirá desde la carencia de los bienes materiales, incluso de
los que se presentan como necesarios para vivir. En otras ocasiones, la pobreza
no implicará esta carencia, pero la necesidad de vivir con este deseo de lograr
los bienes imperecederos será la misma.
Por eso, la
pobreza es una virtud que tiene mucho que ver con la grandeza de corazón y
también con la libertad, para no quedar esclavizados por las cosas terrenas.
Casi veinte
siglos después, durante una estancia de san Josemaría en Argentina, en uno de
los numerosos encuentros que tuvo, tomó la palabra una mujer de mediana edad
que, con gran sencillez, le contó que era pobre. También comentó que nunca se
había sentido desdichada por ser de condición humilde, pero, acto seguido,
reconoció que en ese momento sí sentía pena por no tener más posesiones, porque
le gustaría darle más cosas a san Josemaría para que pudieran emplearse al
servicio de las almas.
En la
filmación que existe de ese momento, se ve a san Josemaría conmovido ante las
palabras de esa mujer, pobre de bienes terrenos pero muy rica en deseos de
generosidad y entrega a Dios y a los demás. Podemos pensar que el Señor habría
sentido algo parecido ante la escena de la viuda echando esas monedas en el
cepillo del templo.
Pidamos al
Señor que nos ayude a vivir la verdadera pobreza cristiana, que nos hace más libres
para amar a Dios y a nuestros hermanos.
Pablo Erdozáin
Fuente: Opus Dei