10.6.23

EVANGELIO DEL DÍA

10 – Junio. Sábado de la IX semana del Tiempo Ordinario

Misioneros digitales católicos MDC

Evangelio según san Marcos 12, 38-44

Y él, instruyéndolos, les decía: 

«¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en las plazas, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas y aparentan hacer largas oraciones. Esos recibirán una condenación más rigurosa». 

Estando Jesús sentado enfrente del tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban mucho; se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante. 

Llamando a sus discípulos, les dijo: «En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. 

Comentario

En el evangelio de hoy, san Marcos narra el episodio de una mujer viuda y pobre que echa unas monedas en el cepillo del templo, ganándose la alabanza del Señor.

Las palabras de Jesús sobre la generosidad de esa buena mujer que “ha echado todo lo que tenía” dejan entrever una profunda alegría y admiración del Señor hacia ella.

Durante el Sermón de la Montaña, el Señor había alabado a los “pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos” (Mt 5,3). La pobreza es una virtud cristiana que nos ayuda a dar el valor verdadero a las cosas materiales y a poner todo nuestros deseos y fuerzas para lograr los bienes imperecederos.

En ocasiones esta virtud se vivirá desde la carencia de los bienes materiales, incluso de los que se presentan como necesarios para vivir. En otras ocasiones, la pobreza no implicará esta carencia, pero la necesidad de vivir con este deseo de lograr los bienes imperecederos será la misma.

Por eso, la pobreza es una virtud que tiene mucho que ver con la grandeza de corazón y también con la libertad, para no quedar esclavizados por las cosas terrenas.

Casi veinte siglos después, durante una estancia de san Josemaría en Argentina, en uno de los numerosos encuentros que tuvo, tomó la palabra una mujer de mediana edad que, con gran sencillez, le contó que era pobre. También comentó que nunca se había sentido desdichada por ser de condición humilde, pero, acto seguido, reconoció que en ese momento sí sentía pena por no tener más posesiones, porque le gustaría darle más cosas a san Josemaría para que pudieran emplearse al servicio de las almas.

En la filmación que existe de ese momento, se ve a san Josemaría conmovido ante las palabras de esa mujer, pobre de bienes terrenos pero muy rica en deseos de generosidad y entrega a Dios y a los demás. Podemos pensar que el Señor habría sentido algo parecido ante la escena de la viuda echando esas monedas en el cepillo del templo.

Pidamos al Señor que nos ayude a vivir la verdadera pobreza cristiana, que nos hace más libres para amar a Dios y a nuestros hermanos.

Pablo Erdozáin

Fuente: Opus Dei


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