Cada 23 de junio se conmemora el Día Internacional de las Viudas, una fecha que busca poner el foco sobre los derechos y las necesidades de aquellas mujeres que, al perder a sus maridos, han quedado desamparadas
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| Imagen referencial. Crédito: Ground Picture / Shutterstock |
Estos pasajes
de la Biblia recuerdan la mirada de Dios sobre ellas, y pueden dar consuelo y
esperanza ante el dolor por la pérdida de la persona amada.
En el Antiguo
Testamento, más precisamente en el libro del Deuteronomio, podemos observar
cómo Dios pone especial predilección en las viudas: “Porque el Señor, su Dios,
es el Dios de los dioses y el Señor de los señores, el Dios grande, valeroso y
temible, que no hace acepción de personas ni se deja sobornar. Él hace justicia
al huérfano y a la viuda, ama al extranjero y le da ropa y alimento (Dt 10,18).
Extranjeros,
huérfanos y viudas ocupan un sitio especial en el corazón de Dios. Así lo marca
el siguiente pasaje: “Maldito sea el que menosprecia a su padre o a su madre. Y
todo el pueblo responderá: Amén. Maldito sea el que desplaza los límites de la
propiedad de su vecino. Y todo el pueblo responderá: Amén. Maldito sea el que
aparta a un ciego del camino. Y todo el pueblo responderá: Amén. Maldito sea el
que conculca el derecho del extranjero, del huérfano o de la viuda. Y todo el
pueblo responderá. Amén (Dt 27,16-19)
En el libro de
Isaías también aparece un llamado a defender a la viuda: “¡Lávense, purifíquense,
aparten de mi vista la maldad de sus acciones! ¡Cesen de hacer el mal, aprendan
a hacer el bien! ¡Busquen el derecho, socorran al oprimido, hagan justicia al
huérfano, defiendan a la viuda!” (Is 1,17).
Dios derrama
especial misericordia sobre las viudas en su condición de sufrientes, como lo
demuestra el libro de Zacarías: “Así habla el Señor de los ejércitos: Hagan
justicia de verdad, practiquen mutuamente la fidelidad y la misericordia. No
opriman a la viuda ni al huérfano, al extranjero ni al pobre, y no piensen en
hacerse mal unos a otros (Zac 7,10).
Pero también en
el Nuevo Testamento aparecen las viudas. La famosa parábola de “La ofrenda de
la viuda” describe la condición de pobreza, que era muy frecuente en las
mujeres que habían perdido a sus maridos. En ese marco, lo que resalta esta
parábola de Jesús, es la capacidad de esta mujer de dar todo lo que tenía, su
ejemplo de generosidad y desprendimiento:
“En aquel
tiempo, alzando Jesús la mirada, vio a unos ricos que echaban sus donativos en
el arca del Tesoro; vio también a una viuda pobre que echaba allí dos
moneditas, y dijo: De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que
todos. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta
en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir” (Lc
21,1-4).
El Evangelio de
Lucas relata otro momento de Jesús en el que aparece una viuda. Se trata de la
viuda de Naín, cuyo único hijo había fallecido también. Con ella se encuentra
el Señor, cuando se dirigía junto a los pobladores del lugar camino al entierro
del joven. Allí, Jesús obrará un milagro:
“Sucedió,
después, que marchó a una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y
una gran muchedumbre. Al acercarse a la puerta de la ciudad, he aquí que
llevaban a enterrar un difunto, hijo único de su madre, que era viuda, y la
acompañaba una gran muchedumbre de la ciudad. Al verla, el Señor se compadeció
de ella y le dijo: No llores. Se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban
se detuvieron; y dijo: Muchacho, a ti te digo, levántate. Y el que estaba
muerto se incorporó y comenzó a hablar; y se lo entregó a su madre. Y se
llenaron todos de temor y glorificaban a Dios diciendo: Un gran profeta ha
surgido entre nosotros, y Dios ha visitado a su pueblo” (Lc 7,11-16).
Por Julieta Villar
Fuente: ACI Prensa






