Puede que los beneficios del perdón no sean obvios cuando estás enfadado o resentido, pero el acto de perdonar trae el bien a muchas vidas
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Las
discusiones, las tensiones y los enfrentamientos son inevitables en un
matrimonio. Pero la tradición cristiana ofrece un tesoro inestimable: el
perdón.
Dios, que es misericordioso, nos
invita a perdonar a nuestro prójimo, y en un matrimonio, nuestro primer prójimo
es nuestro cónyuge. «Que no se ponga el sol sobre vuestro enojo», exhorta San
Pablo (Ef, 4-26). Por eso, en los
cursos de preparación al matrimonio se nos aconseja, por ejemplo, que no nos
vayamos a dormir enfadados.
Por desgracia, eso no siempre es
posible. El perdón es un proceso que,
dependiendo de la profundidad de la herida, puede ser largo y doloroso. Incluso
cuando el perdón no se da inmediatamente, el mero deseo de perdonar es algo
bueno.
El punto de partida está, en
palabras de San Ignacio de Loyola, en «el deseo del deseo de perdonar».
Cesar las hostilidades, seguir dándose los buenos días y desear continuar
juntos el camino ya significa que estamos en la senda del perdón.
Hacer las paces no significa
necesariamente olvidar el sufrimiento o la injusticia del pasado, sino permitir
que una relación vuelva a su cauce y siga adelante.
El perdón es un camino de vida.
Negarse a perdonar conduce al resentimiento, a la ira e incluso al odio. Es
más, perdonar tiene innumerables beneficios, que se comparten al menos de cuatro
maneras. El Padre Patrick Langue, sacerdote jesuita de la diócesis de Versalles
(Francia), identifica cuatro personas o grupos de personas que se benefician
del perdón.
1. EL PERDÓN ES BUENO PARA QUIEN LO
DA
El perdón es, en definitiva, una
forma de cuidar de nosotros mismos. De hecho, según algunos estudios, el perdón
tiene un impacto positivo en nuestra salud. Permanecer en conflicto mantiene
las tensiones internas, y nuestro cuerpo se resiente por ello.
«No perdonar es hacerse daño a
uno mismo», dice el padre Langue. «En lugar de curar el daño que nos ha hecho
nuestro cónyuge, lo perpetuamos, rascamos la herida y la infectamos». Para él,
«nos corresponde limitar el mal causado, reducirlo, aniquilarlo. Eso nos libera
del dolor».
2. EL PERDÓN ES BUENO PARA EL OTRO
CÓNYUGE
El perdón engendra perdón. Hay
algo contagioso en el perdón. ¿Quién no ha experimentado esta reciprocidad? A
veces basta con pedir perdón humilde y sinceramente a nuestro cónyuge para que
él se dé cuenta de su parte de responsabilidad y pida perdón también. «El
perdón que ofrezco les permite pedirme perdón a mí. Podrán liberarse del mal, y
crecerá su deseo de hacer el bien», señala el P. Langue. «Es una de las formas
más fuertes de decirles que les quiero».
3. EL PERDÓN ES BUENO PARA LA PAREJA
«El perdón es una gracia para la
pareja», afirma el sacerdote jesuita. «Cada acto de perdón es un tesoro para el
«nosotros» conyugal», porque el perdón permite que el matrimonio perdure. El
perdón es quizá el elemento más importante para garantizar que el amor perdure.
«Solo el perdón puede evitar que el amor se desvanezca como los colores que se
destiñen al sol», y «solo el perdón puede asegurar un futuro para los que están
unidos por el sacramento del matrimonio», dice el P. Langue.
4. EL PERDÓN ES BUENO PARA LOS
NIÑOS
El perdón entre un padre y una
madre es un regalo maravilloso para sus hijos. En primer lugar, sirve de
ejemplo. Demuestra que sí, que el perdón es posible, y no, que no es un signo
de debilidad, sino todo lo contrario. Además, se restablece la paz en la pareja
y, por tanto, en toda la familia, y los hijos se sienten mucho mejor por ello.
«El perdón expresado entre los padres alimenta su paz interior (la de los
hijos), exorciza sus ansiedades, establece firmemente su esperanza en la
durabilidad de la familia y les enseña a perdonar».
«Si quieres ser feliz un solo
día, véngate; si quieres ser feliz siempre, perdona», solía decir el famoso
predicador francés P. Lacordaire. Pero la felicidad no se gana de una vez por
todas. Como los seres humanos somos imperfectos por naturaleza, sin duda
tendremos que perdonar muchas veces a lo largo de nuestra vida matrimonial.
La buena noticia es que cuanto
más entrenado esté nuestro corazón para perdonar, más fácil nos resultará
hacerlo. Esto exige otra forma de vigilancia: no abusar nunca del perdón de
nuestro cónyuge, lo que, para el P. Langue, equivale a una «profanación del
amor».
Mathilde
De Robien
Fuente: Aleteia






