20 – Julio. Jueves de la XV semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Mateo 11,
28-30
Venid a mí todos los que estáis
cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y
aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso
para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
Comentario
La Sagrada Escritura habla a
menudo de la vida en términos de peregrinación: caminamos, personalmente y como
pueblo, hacia un descanso del que no podemos disfrutar aquí plenamente. Sin
embargo, quien nos procurará ese descanso, Cristo, camina con nosotros; es más,
camina “en nosotros”, y por eso el descanso ya es posible mientras peregrinamos,
aunque no lo podamos experimentar en plenitud. La clave está en darnos cuenta
de la presencia de Jesús en nuestros corazones y en ponernos en sus manos: en
caminar en diálogo con él, compartiendo con él todos nuestros deseos y afanes.
Poco antes de las palabras que
leemos en el evangelio de la misa de hoy, Jesús ha hablado de la necesidad de
buenos pastores que vayan a trabajar a la abundante mies (Mt 9,35-38); ha
elegido a los Doce Apóstoles y les ha dado instrucciones para la misión (Mt 10,1-42);
ha hablado de la actitud de aquellos a los que se predica el evangelio (Mt
11,1-24); y ha entonado una preciosa acción de gracias al Padre por haber
querido revelar cosas tan grandes a los pequeños (Mt 11,25-27). No solo produce
cansancio y agobio el normal peregrinar de la vida, sino que a eso hemos de
añadir el producido por la misión. Aunque, de hecho, toda nuestra vida
cristiana es misión: no son dos cosas que se puedan separar.
El cansancio y el agobio también
pueden venir por la falta de escucha de aquellos a los que hemos sido enviados.
Cristo nos ayuda a dar sentido a ese cansancio (cfr. Col 1,24). Y a realizar la
misión de llevar el evangelio y hacerlo vida propia con rectitud de intención.
No hablamos de Dios tan solo a los que sabemos que van a responder. Dios, al
enviar a Jeremías y Ezequiel, les dijo que muchos no los escucharán, pero que
nadie podría ya decir que no había habido un profeta entre ellos (Jr 7,27; Ez
2,5).
Cristo nos dejó con su vida unas
huellas para seguir (1P 2,21) y, al hacerlo, ha dado sentido a nuestros
cansancios: él caminó y camina entre nosotros, con su corazón manso y humilde,
como buen pastor que no se cansa de buscar y cuidar a sus ovejas. Con su
corazón, el peso de la vida, sin dejar de ser peso, se lleva de otra forma. Así
lo expresaba San Pablo: “estoy convencido de que los padecimientos del tiempo
presente no son comparables con la gloria futura que se va a manifestar en
nosotros” (Rm 8,18).
Juan Luis Caballero
Fuente: Opus Dei






