¿De dónde viene esa frase? ¿Y por qué se dice justo en ese momento?
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© Frederic CAPPELLE/CIRIC |
¿Por qué en la Misa, antes de acercarnos a la Eucaristía, decimos:
«Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una sola palabra tuya
bastará para sanarme»? (F.B.)
Responde Roberto Gulino,
profesor de Liturgia en la Facultad teológica de Italia Central.
La fórmula citada por nuestro amigo lector forma parte
de los ritos de comunión de la celebración eucarística
y constituye la preparación última antes de recibir sacramentalmente
el cuerpo y la sangre de Cristo en la Misa.
El contexto está claro para todos: inmediatamente después de la
plegaria eucarística, con la presencia de Jesús en el altar,
nos dirigimos juntos a Dios llamándolo Padre;
después recibimos y nos intercambiamos el don de la paz, primer don del
Resucitado; después tiene lugar la fracción del pan eucarístico,
acompañada del canto del Cordero de Dios; finalmente llegamos a las
palabras, recitadas antes sólo por el sacerdote y después junto con los fieles,
mientras se eleva la hostia consagrada partida: «Este es el Cordero de Dios que
quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor. – Señor,
no soy digno de que entres en mi casa, pero una sola palabra tuya bastará para
sanarme».
El Ordenamiento
General del Misal Romano, hablando de los ritos de comunión,
en el número 84 indica el sentido preciso de estas
palabras: «…el sacerdote muestra a los fieles el pan
eucarístico… les invita al banquete de Cristo… junto con ellos expresa sentimientos
de humildad, sirviéndose de las palabras evangélicas
prescritas».
La Iglesia ha elegido, como último momento en preparación al
recibimiento de la eucaristía, de retomar las palabras del centurión
romano de Cafarnaúm, cuando pidió a Jesús que curara a su siervo fiel, por
desgracia paralizado y sufriendo mucho: «Señor, yo no soy digno de que entres
en mi casa, pero dí solo una palabra y mi siervo se curará» (Mt 8,8).
La actitud de extrema
humildad y de profunda confianza que caracterizó la
petición de este oficial pagano al requerir la intervención
salvadora de Cristo en su casa – una verdadera y auténtica
profesión de fe – quiere y debe ser la actitud de todos nosotros, sacerdotes y
fieles (¡estas palabras tienen que decirlas juntos!) en el
momento en el que estamos a punto de recibir al Señor en nuestro corazón.
Por supuesto, ninguno de nosotros es «digno» de Jesús, de su
presencia y de su amor, pero sabemos en la fe que basta
sólo un signo, una palabra, una mirada y Él puede salvarnos.
Fórmulas parecidas, inmediatamente antes de la comunión,
aparecen ya desde el siglo X; gradualmente se afirma, desde el siglo
XI en adelante – aunque con diversas variantes – la oración
del centurión romano, a menudo recitada tres veces. Después de la
reforma litúrgica, el Misal de Pablo VI de 1970 ha conservado
estas palabras, pero pronunciándolas una sola vez y omitiendo
la percusión del pecho y el signo de la cruz con la hostia,
gestos usados desde el siglo XV.
Aún hoy, después de tantísimo tiempo, todos nosotros nos
confiamos a las palabras evangélicas de este hombre para renovar nuestra
actitud de humildad y de confianza, esperando poder obtener, como él,
el milagro de la salvación.
Toscana Oggi
Fuente: Aleteia