Recibimos a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad desde nuestro bautismo, es el motor de nuestra vida espiritual y, sin embargo, es la persona más ignorada
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| Fernando-de-Gorocica |
Seguro que todos estudiamos en el
Catecismo que en Dios hay Tres Personas que comparten la misma naturaleza
divina: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, a quienes conocemos como Santísima Trinidad. Cuando aprendimos el
credo recitábamos esta verdad de fe, y quizás nunca nos pusimos a pensar cómo
era posible esto.
Sin embargo, estamos
acostumbrados a pensar en Dios como nuestro Padre y en Cristo como nuestro
Salvador, pero casi no pedimos al Espíritu Santo que nos inspire e ilumine
nuestro camino.
Un tema de tradición en México
En opinión del padre Bernard
Olorunfemi, asistente nacional en México de la Renovación Carismática Católica
en el Espíritu Santo, eso es un tema de tradición.
Explica que México es un país muy mariano, donde se ama tanto a la Virgen que
se puede caer en la exageración y hasta verla como diosa. Por eso, hablar del
Espíritu Santo no se ha profundizado lo suficiente.
En este sentido, hay que enseñar
a la gente quién es Él y discernir sobre su acción sobre nosotros; ahí está la
misión de los que pertenecen a los movimientos carismáticos.
El Kerigma y la Efusión del
Espíritu Santo
Sin embargo, dentro de la Iglesia
esos son grupos no muy bien aceptados por sus particulares características. Al
respecto, el P. Bernard dice que la Iglesia es muy sabia y que a Dios se
llega por distintos caminos.
Comenta que los carismáticos han
tenido una vivencia íntima de Él, comenzando con el Kerigma, que es un
encuentro personal con Cristo que transforma la vida y que les lleva a
experimentar la acción del Espíritu Santo a través de su efusión, porque es el
Santificador de la Iglesia, quien quedó con nosotros al marcharse Cristo al
cielo.
Por eso, para él es indispensable
que todos los grupos católicos reciban el Kerigma, un carisma que el Papa Francisco reconoce en ellos y que
ha pedido que difundan para que todos tengan ese encuentro personal con Cristo,
y después vivan la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés. Después de
eso, cada quien vuelve a su movimiento a seguir sirviendo, pero ya no
serán los mismos.
Lo cierto es que el Santificador,
Dios Espíritu Santo, estará con nosotros hasta que Jesucristo vuelva, por ello
pidámosle que derrame su gracia y sus dones sobre nosotros, y que sus frutos
sirvan para vencer el pecado y acercarnos cada vez más al cielo.
Mónica Muñoz
Fuente: Aleteia






