Ayer miércoles 9 de agosto se cumplieron 78 años de la segunda bomba atómica arrojada por Estados Unidos sobre Japón, esta vez contra Nagasaki, ciudad que ya entonces tenía una rica historia de mártires cristianos del siglo XVI y XVII
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| Hiroshima. Crédito: Dominio público |
El día del lanzamiento de Fat
Man —el nombre de la bomba—, la pequeña comunidad católica japonesa perdió
en Nagasaki a dos tercios de sus miembros.
Tras la destrucción de Hiroshima
el 6 de agosto de 1945, el alto mando militar estadounidense, liderado por el
presidente Harry Truman, puso la mira sobre la ciudad de Kokura para forzar la
rendición de Japón.
Sin embargo, el mal tiempo hizo
que se cambiara el objetivo por Nagasaki.
Nagasaki tenía unos 240 mil
habitantes. Un error de cálculo de los estadounidenses hizo que la bomba no
cayera en el centro de la ciudad, pero el efecto igual fue devastador y mató de
manera inmediata a unas 75 mil personas.
En los días siguientes murió un
número similar a causa de las heridas y enfermedades ocasionadas por la
radiación.
Historia de la comunidad católica
en Nagasaki
Nagasaki fue desde el siglo XVI
un centro importante del catolicismo en Japón, impulsado por los misioneros
jesuitas y franciscanos.
La persecución contra los
católicos, que vino casi de manera inmediata, fue recordada en 2007 en el libro
de las memorias del Cardenal Giacomo Biffi —fallecido en 2017—, en el que
expresa el fuerte impacto que tuvo para él la noticia de las bombas atómicas
lanzadas sobre Japón en 1945.
"Ya había escuchado hablar
de Nagasaki. La había encontrado repetidamente en el ‘Manual de historia de las
misiones católicas’ de Giuseppe Schmidlin, tres volúmenes publicados en Milán
en 1929. En Nagasaki desde el siglo XVI surgió la primera consistente comunidad
católica del Japón”.
“En Nagasaki —señaló— el 5 de
febrero 1597 habían dado la vida por Cristo treintaiséis mártires (seis
misioneros franciscanos, tres jesuitas japoneses, veintiséis laicos),
canonizados por Pío IX en 1862”.
Sin embargo, “cuando se retoma la
persecución en el 1637 fueron asesinados hasta treinta y cinco mil cristianos.
Después la joven comunidad vive, por decir así, en las catacumbas, separada del
resto de la catolicidad y sin sacerdotes; pero no se extingue”.
Así, en 1865 “el Padre Petitjean descubre esta ‘Iglesia clandestina’, que se le dio a conocer después de haberse asegurado que él era célibe, que era devoto de María y que obedece al Papa de Roma; y así la vida sacramental puede retomarse regularmente”, continuó el Cardenal Biffi.
Casi veinte años después, en 1889
“se proclama en Japón la plena libertad religiosa, y todo reflorece”.
“El 15 de junio de 1891 es
erigida canónicamente la Diócesis de Nagasaki, que en el 1927 acoge como pastor
a monseñor Hayasaka, que es el primer obispo japonés y es consagrado
personalmente por Pío IX. Del Schmidlin venimos a saber que en el 1929, de
94.096 católicos nipones, unos 63.698 son de Nagasaki”, agregó el Cardenal
Biffi.
Es decir, que 16 años antes de la
hecatombe atómica, vivían en Nagasaki un poco más de 63.000 fieles.
Así, luego de este breve resumen
del catolicismo en esta ciudad, el Purpurado escribe:
“Podemos bien suponer que las
bombas atómicas no hayan sido tiradas al azar. La pregunta es por lo tanto
inevitable: ¿Cómo así se escogió para la segunda hecatombe, entre todas,
precisamente la ciudad de Japón donde el catolicismo, aparte de tener la
historia más gloriosa, estaba más difundido y afirmado?”.
Por Eduardo Berdejo
Fuente: ACI Prensa






