5 – Septiembre. Martes de la XXII semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Lucas 4, 31-37
Y bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados les enseñaba. Se quedaban asombrados de su enseñanza, porque su palabra estaba llena de autoridad.
Había en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu de demonio inmundo y se puso a gritar con fuerte voz: «¡Basta! ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios».
Pero Jesús le increpó diciendo: «¡Cállate y sal de él!».
Entonces el demonio, tirando al hombre por tierra en medio de la gente, salió sin hacerle daño.
Quedaron todos asombrados y comentaban entre sí: «¿Qué clase de palabra es esta? Pues da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen».
Y su fama se difundía por todos los lugares de la
comarca.
Comentario
Jesús enseña en la sinagoga de
Cafarnaún, una aldea bañada por las aguas del lago de Genesaret. La gente se
queda admirada de su doctrina, porque no dice palabras huecas, sino que las
confirma con su poder.
Un hombre con un demonio impuro.
De su boca sale una gran voz: «¡Déjanos!, ¿qué tenemos que ver contigo, Jesús
Nazareno? ¿Has venido a perdernos? ¡Sé quién eres: el Santo de Dios!».
Jesús no responde a las preguntas
del demonio. No dialoga con él. Con plena autoridad, le manda callar y salir de
aquel hombre. Y el demonio obedece y sale sin hacer daño alguno.
La existencia de Satanás y sus
ángeles es una verdad revelada por Dios y enseñada por la Iglesia. Buscan cómo
perdernos, pero nada hemos de temer, porque quien tiene la autoridad es Jesús,
nuestro Dios, que ha entregado su vida por nosotros, para rescatarnos del poder
del diablo, del pecado y de la muerte.
Dios pone su autoridad a nuestra
disposición, porque nos ama. «A menudo, para el hombre –afirma Benedicto XVI–
la autoridad significa posesión, poder, dominio, éxito. Para Dios, en cambio,
la autoridad significa servicio, humildad, amor»[1]. Si Dios
emplea su autoridad para servir a sus hijos, ¿qué hemos de temer?
Ante la curación de un
endemoniado, la gente se pregunta admirada: «¿Qué palabra es ésta, que con
potestad y fuerza manda a los espíritus impuros y salen?». ¿Quién es el que
pronuncia una palabra así? ¿Quién es este hombre que expulsa a un demonio? Y
divulgan la fama de Cristo por todos los lugares de la región.
Los milagros de Jesús nos ayudan
a creer que Él es el Mesías, el Hijo de Dios, y a entregarle nuestra vida. Pero
solo nos ayudan si tenemos un corazón bien dispuesto por la humildad; también
lo hacen si tenemos la buena voluntad de buscar la verdad y desear el bien.
Algunos tienen una fe lánguida,
sin apenas consecuencias prácticas en su vida. Nosotros queremos tener una fe
viva, que llene de alegría y esperanza nuestra vida en la tierra, que se
encarne entregándose a los demás, para construir un mundo más justo, más
humano, más cristiano; que nos lance a contagiar con nuestra vida y nuestro
testimonio el buen olor de Cristo por todos los lugares, por el mundo entero.
[1] Benedicto
XVI, Ángelus, 29-I-12.
Tomás Trigo
Fuente: Opus Dei






