En la Audiencia General de hoy, el Papa Francisco continuó su ciclo de catequesis sobre la evangelización y el celo apostólico
![]() |
El Papa Francisco saluda a los fieles presentes en la Plaza de San Pedro. | Crédito: Daniel Ibáñez / ACI Prensa |
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
En el camino de la catequesis
sobre el celo apostólico, hoy nos dejamos inspirar por el testimonio de Santa
Josefina Bakhita, una santa sudanesa.
Desgraciadamente, desde hace
meses Sudán está desgarrado por un terrible conflicto armado del que hoy se
habla poco; oremos por el pueblo sudanés, para que viva en paz. Pero la fama de
Santa Bakhita ha traspasado todas las fronteras y ha llegado a todos aquellos a
los que se les niega la identidad y la dignidad.
Nacida en Darfur —la
atormentada Darfur— en 1869, fue secuestrada por su familia a los siete años y
convertida en esclava. Sus captores la llamaban “Bakhita”, que significa
“afortunada”. Pasó por ocho “patrones”. Uno la vendía al siguente. El
sufrimiento físico y moral al que fue sometida de niña le dejó sin identidad.
Sufrió maldad y violencia: llevaba más de cien cicatrices en el cuerpo. Pero
ella misma declaró: “Como esclava nunca desesperé, porque sentía que una fuerza
misteriosa me sostenía”.
Ante esto, me pregunto: ¿Cuál es
el secreto de Santa Bakhita? Sabemos que a menudo el herido hiere a su vez; el
oprimido se convierte fácilmente en opresor. En cambio, la vocación del
oprimido es liberarse a sí mismo y a los opresores convirtiéndose en
restauradores de la humanidad.
Sólo en la debilidad del oprimido
puede revelarse el poder del amor de Dios que libera a ambos. Santa Bakhita
expresa muy bien esta verdad. Un día su tutor le regaló un pequeño crucifijo, y
ella, que nunca había poseído nada, lo guardó como un celoso tesoro.
Mirándolo experimenta una
profunda liberación interior porque se siente comprendida y amada y,
por tanto, capaz de comprender y amar a su vez. Este es el inicio: se
siente comprendida, se siente amada y, por tanto, capaz de comprender y amar a
los demás.
De hecho, dijo: “El amor de Dios
siempre me ha acompañado de un modo misterioso... El Señor me ha amado tanto:
hay que amar a todos... ¡Hay que compadecerse de ellos!”. Este era el ánimo de
Bakhita. Verdaderamente, compadecerse significa tanto sufrir con las
víctimas de tanta inhumanidad del mundo, como también compadecerse de
los que cometen errores e injusticia, no justificando, sino humanizando. Esta
es la caricia que nos enseña ella: humanizar. Cuando entramos en la lógica de
la lucha, de la división entre nosotros, del sentimiento cautivo, uno contra el
otro, perdemos la humanidad. Y muchas veces pensamos que necesitamos la
humanidad, ser más humanos, más humanos. Esta es la tarea que nos enseña Santa
Bakhita: humanizar. Humanizarnos nosotros y humanizar a los demás.
Santa Bakhita, que se hizo
cristiana, fue transformada por las palabras de Cristo que meditaba a diario:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Por eso dijo: “Si
Judas hubiera pedido perdón a Jesús, también él habría encontrado
misericordia”. Podemos decir que la vida de Santa Bakhita se ha convertido en
una parábola existencial del perdón.
¡Qué bonito es decir que una
persona es capaz de perdonar siempre, siempre! Y ella ha sido capaz de hacerlo
siempre. Así es. Su vida es una parábola del perdón. Perdonar porque seremos
perdonados. No olviden esto. El perdón, que es la caricia de Dios para todos
nosotros.
A ella el perdón la liberó. El
perdón primero recibido a través del amor misericordioso de Dios, y luego el
perdón dado la convirtió en una mujer libre y alegre, capaz de amar.
Así, Bakhita pudo vivir el
servicio no como una esclavitud, sino como expresión del don gratuito de sí
misma. Esto es muy importante: convertida en sierva forzada, fue vendida como
esclava, eligió libremente convertirse en sirvienta, para llevar sobre sus hombros
las cargas de los demás.
Santa Josefina Bakhita, con su
ejemplo, nos muestra el camino para liberarnos finalmente de nuestras ataduras
y miedos. Ella nos ayuda a desenmascarar nuestras hipocresías y egoísmos, a
superar resentimientos y conflictos. Nos anima siempre.
Queridos hermanos y hermanas, el
perdón no quita nada, sino que añade. ¿Qué cosa añade el perdón? Dignidad. El
perdón no te quita nada, sino que añade dignidad a la persona, eleva la mirada
desde el propio ombligo al rostro de los demás, para verlos tan frágiles como
nosotros, pero siempre hermanos y hermanas en el Señor.
Hermanos, hermanas, el perdón es
fuente de un celo que se convierte en misericordia y llama a una santidad
humilde y gozosa, como la de Santa Bakhita.
Por Papa Francisco
Fuente: ACI Prensa