En un mensaje al obispo de Cesena-Sarsina, Douglas Regattieri, Francisco traza un retrato del Papa Chiaramonti, en el bicentenario de su muerte
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Una acción de comando: escalar los muros del Palacio del Quirinal, introducirse
en la habitación del Papa, secuestrarlo y llevarlo a Francia. Este fue el
destino de Pío VII la noche del 5 al 6 de julio de 1809, cuando las relaciones
con Napoleón estaban en su punto más bajo y Roma había sido ocupada por sus
tropas. A partir de ahí comenzaron las vicisitudes del Papa Chiaramonti,
natural de Cesena como su predecesor Pío VI, que había subido a la Cátedra de
Pedro el 21 de marzo de 1800. A pesar de la "humillación del exilio"
en Fontainbleau, que duró hasta enero de 1814, Pío VII supo vivirlo con
"ejemplar docilidad", la misma que había mostrado, unida a
"competencia y prudencia", frente a "quienes impedían la
Libertas Ecclesiae".
Al lado del pueblo
Así recuerda Francisco a su predecesor, de quien se celebró el bicentenario
de la muerte el 20 de agosto de 1823, pocos días después de que cumpliera 81
años. En una carta al obispo de Cesena-Sarsina, Douglas Regattieri, el Papa
recuerda el largo pontificado de Pío VII, 23 años, que había sido precedido por
un alto nivel de servicio pastoral ya desde joven como obispo de varias
diócesis. "Se distinguió -señala Francisco- por su carisma y bondad de
espíritu; de hecho, durante los años de su ministerio episcopal, no dudó en
primera persona en prodigarse en el cuidado de la gente, comprometiéndose con
dedicación a aliviar los muchos sufrimientos de los afligidos por condiciones
precarias".
Custodio y guía del rebaño en tiempos difíciles
Benedictino de formación, en los años más difíciles de su pontificado el
Papa Chiaramonti, prosigue Francisco, se comportó con "gran
sabiduría", haciéndose "embajador de paz ante quienes ejercían el
poder temporal. Frente a un escenario político controvertido y a una acción
pretextual que amenazaba la salus animarum, él, con la serenidad de quien
confía siempre en la intervención providencial de Dios, hizo todo lo posible
para no fracasar en su misión de "custodio y guía del rebaño " y, a
pesar de las restricciones impuestas, continuó sin ningún temor proclamando la
fuerza consoladora del Evangelio ".
Francisco concluye con el deseo de que el Año Chiaramontiano nos permita
conocer mejor la figura de Pío VII, para que pueda suscitar su misma
"pasión al servicio del prójimo" e " indicar la paz como camino
de esperanza".
Alessandro De Carolis - Ciudad del Vaticano
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