20 – Octubre. Viernes de la XXVIII semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Lucas 12, 1-7
Mientras tanto, miles y miles de personas se agolpaban hasta pisarse unos a otros.
Jesús empezó a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos: «Cuidado con la levadura de los fariseos, que es la hipocresía, pues nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, ni nada escondido que no llegue a saberse. Por eso, lo que digáis en la oscuridad será oído a plena luz, y lo que digáis al oído en las recámaras se pregonará desde la azotea. A vosotros os digo, amigos míos: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más. Os voy a enseñar a quién tenéis que temer: temed al que, después de la muerte, tiene poder para arrojar a la gehenna. A ese tenéis que temer, os lo digo yo.
¿No se venden cinco pájaros por dos céntimos? Pues ni de uno solo
de ellos se olvida Dios. Más aún, hasta los cabellos de vuestra cabeza
están contados. No tengáis miedo: valéis más que muchos pájaros.
Comentario
“Guardaos de la levadura de los
fariseos, que es la hipocresía”. El Señor busca personas que luchen por ser
coherentes, que procuren vivir en unidad de vida.
El dicho de Jesús recuerda a la
alabanza que hizo a Natanael cuando se lo presentó Felipe: “Aquí tenéis a un
verdadero israelita en quien no hay doblez” (Juan 1, 47)
A los que le escuchan y a
nosotros nos ayuda a caminar cara a Dios: “nada hay oculto que no sea
descubierto, ni secreto que no llegue a saberse. Porque cuanto hayáis dicho en
la oscuridad será escuchado a la luz; cuanto hayáis hablado al oído bajo techo
será pregonado sobre los terrados”.
Espera Jesús de nosotros la
sencillez del niño que se sabe delante de su padre y que no tiene nada que
temer.
Como escribía san Josemaría en
Camino: “Es preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros de continuo.
—Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y
no consideramos que también está siempre a nuestro lado.
Y está como un Padre amoroso —a
cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer
a sus hijos—, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y perdonando.
¡Cuántas veces hemos hecho
desarrugar el ceño de nuestros padres diciéndoles, después de una travesura:
¡ya no lo haré más! —Quizá aquel mismo día volvimos a caer de nuevo... Y nuestro
padre, con fingida dureza en la voz, la cara seria, nos reprende..., a la par
que se enternece su corazón, conocedor de nuestra flaqueza, pensando: pobre
chico, ¡qué esfuerzos hace para portarse bien!
Preciso es que nos empapemos, que
nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor que está junto a
nosotros y en los cielos”[1].
“¿No se venden cinco pajarillos
por dos ases?... No tengáis miedo: valéis más que muchos pajarillos”.
Con esa sencillez hemos de
caminar delante de Dios sin dejarnos engañar cuando el diablo trate de
llevarnos por la senda de la hipocresía, del miedo, del disimulo cuando no
hagamos bien las cosas.
[1] San
Josemaría, Camino 267.
Javier Massa
Fuente: Opus Dei