11 – Octubre. Miércoles de la XXVII semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Lucas 11, 1-4
Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».
Él les dijo: «Cuando oréis, decid:
“Padre,
santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan
cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos
a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación”».
Comentario
Lucas evangelista nos dice que Jesús oraba con frecuencia.
Lo hacía a menudo en lugares apartados y tranquilos. Y eso llamaba mucho la
atención a los discípulos. Hay diferentes formas de dirigirse a Dios: como
Creador, como Soberano, como Juez. Pero aquellos hombres que rodeaban y
escuchaban a Jesús querían tener con Dios un trato similar al que veían en su
Maestro, el trato confiado de un hijo con su padre.
Esto nos puede ayudar a considerar que las personas que nos
rodean también podrían encontrar en nosotros maestros de oración si se
sintiesen atraídos por nuestra forma de rezar. Los cristianos, de hecho,
estamos llamados a ser transmisores de una tradición de oración cuyo inicio
está en Jesús mismo y que ha sido hecha vida, a lo largo de más de dos mil
años, por muchísimas personas que han tratado filialmente a Dios Padre.
La palabra “Padre” viene seguida, en la versión de Mateo,
por “nuestro”. A Dios nos dirigimos personalmente, pero con la conciencia de
que la persona vive y crece en el seno de una familia. Nadie camina solo. Nadie
crece solo. Nuestra primera compañía es, lógicamente, la del Padre, la del Hijo
y la del Espíritu Santo. Por eso, en el Padrenuestro expresamos el deseo de que
todos reconozcan la santidad de Dios, le acojan como Padre y permitan a Cristo
reinar en sus corazones, para que el amor sea motor de todos los deseos,
pensamientos y obras.
No se puede tratar a Dios como Padre ignorando que tenemos
hermanos. El amor a Dios y al prójimo van siempre juntos. Por eso, en el
corazón de nuestra oración está también la petición del alimento que nos
permite caminar y crecer como personas y que nos posibilita crecer en la
comunión con los demás: acogiendo, perdonando, orando por ellos, acercándolos a
Dios. Nuestro trato con el Padre incluye una expresión de abandono y confianza
ante las dificultades y los ataques del enemigo: no permitas que caigamos en la
tentación, no permitas que te cambiemos por nada, no permitas que pongamos a
nada por encima de Ti.
Juan Luis Caballero
Fuente: Opus Dei






