6 – Octubre. Viernes de la XXVI semana del Tiempo Ordinario
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Dominio público |
Evangelio según san Lucas 10,
13-16
¡Ay de ti, Corozaín; ay de ti, Betsaida! Pues si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, vestidos de sayal y sentados en la ceniza. Por eso el juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras.
Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al abismo.
Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros
rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha
enviado».
Comentario
El Señor abre su corazón con
lamentos de amor. Después de haber instruido a setenta y dos de sus discípulos
para la primera misión apostólica, se lamenta de la dureza de corazón y de la
ceguera ante el anuncio de la llegada del Reino de Dios de aquellas ciudades
que habían presenciado tantos y tan grandes milagros. Para removerlos el Señor
les habla del juicio y del infierno, de la reprobación de aquellos que rechazan
la paz, que se manifiesta en Cristo, nuestro Señor.
Hoy seguimos siendo testigos de
grandes milagros, no solamente en las causas de beatificación o de
canonización, también de tantas maravillas que obra la gracia en nosotros y en
personas cercanas y, si no fuera así, tendríamos que clamar: ¡Señor, que vea!
(Marcos, 10, 51) Que vea las maravillas que realiza tu misericordia.
Es posible que Cristo pase con
frecuencia a nuestro lado y nos hable con las palabras de un amigo o de un
sacerdote, y no le prestemos atención o despreciemos lo que nos dicen, porque
nuestros pensamientos son otros. Viene bien en tales casos recordar lo que nos
dice el Espíritu Santo en la Sagrada Escritura: 'Si hoy escucháis su voz, no
endurezcáis vuestros corazones' (Hebreos, 3, 15), abre de par en par las
puertas a Cristo.
La voz del Señor se distingue
porque nos invita a sacar nuestro mejor yo en los distintos momentos de nuestra
vida con una exigencia amable. Y lo hace, porque está en juego nuestra
felicidad y la de otros. No solo la mala voluntad es causa del endurecimiento
del corazón, también la desidia, la pereza que conduce a rechazar los requerimientos
divinos con un no o con un mañana, luego, después[1].
[1] cfr. Camino, n.
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Miguel Ángel Torres-Dulce
Fuente: Opus Dei