13 – Octubre. Viernes de la XXVII semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Lucas 11,
15-26
Pero algunos de ellos dijeron: «Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios».
Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo.
Él, conociendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa. Si, pues, también Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino? Pues vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú. Pero, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros.
Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros, pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín.
El que no está conmigo está contra mí; el que no
recoge conmigo desparrama. Cuando el espíritu inmundo sale de un hombre,
da vueltas por lugares áridos, buscando un sitio para descansar, y, al no
encontrarlo, dice: “Volveré a mi casa de donde salí”. Al volver se la
encuentra barrida y arreglada. Entonces va y toma otros siete espíritus
peores que él, y se mete a vivir allí. Y el final de aquel hombre resulta peor
que el principio».
Comentario
El evangelio de la liturgia de
hoy nos presenta al Maestro en medio de la multitud después de haberles
enseñado con el Padre Nuestro como deben orar los Hijos e Hijas de
Dios. Estas palabras del Señor, llenas de verdades sobrenaturales y
aparentemente tan simples no caen siempre en un terreno propicio, que las haga
fructificar.
Hoy vemos como los opositores de
Jesús no saben o no quieren abrirse a su enseñanza, lo malinterpretan y buscan
ponerlo en aprietos. Haciendo esto, caen curiosamente en una actitud totalmente
contraria a la que Jesús invitó a vivir. El Señor había enseñado a rezar
pidiendo por el Reino de Dios (11,2), pero ellos piensan por el contrario que
representa al reino de Satán. Los hijos e hijas de Dios deben pedir
humildemente ser librados de la tentación (11,4), ellos en cambio no dejan de
poner a Jesús en tentación, siguiendo a Satanás, el tentador. Jesús enseñó a
pedir a Dios el perdón de los pecados (11,4), mientras que sus opositores lo
acusan con insistencia del pecado de servir a Beelzebul. El Señor invitó a
pedir el Espíritu Santo al Padre (11,13), pero ellos no dejan de pedir una
señal del cielo, aunque no saben reconocerla teniéndola delante de los ojos.
Para poder reconocer al Señor,
que gusta de presentarse sin espectáculo, es necesario tener los ojos del
corazón limpios. Para esto tenemos que pedir humildemente la ayuda de Dios, ya
que nadie está exento de la ceguera y la incapacidad de reconocer las cosas de
Dios, como vemos en el evangelio de hoy. El reino de Satán es el reino del
hombre fuerte, que tiene a los hombres y mujeres atrapados en esta dureza del
corazón que impide reconocer los mensajes que el Señor nos dirige.
El Papa Francisco, citando al
santo de Hipona decía: “Me vuelve a la mente la frase de san Agustín: «Timeo
Iesum transeuntem» (Serm., 88, 14, 13), «tengo miedo de que el Señor pase» y no
le reconozca, que el Señor pase delante de mí en una de estas personas
pequeñas, necesitadas y yo no me dé cuenta de que es Jesús. ¡Tengo miedo de que
el Señor pase y no le reconozca! Me he preguntado por qué san Agustín dijo que
temiéramos el paso de Jesús. La respuesta, desgraciadamente, está en nuestros
comportamientos: porque a menudo estamos distraídos, indiferentes, y cuando el
Señor nos pasa cerca perdemos la ocasión del encuentro con Él” (Papa Francisco,
Audiencia general, miércoles 12 octubre 2016).
La última parte de las enseñanzas
de hoy nos señalan algo que nos puede servir para evitar la dureza y ceguera
del corazón. Se trata de llenar nuestra vida con la luz y la fuerza del
Espíritu Santo, luchando por permanecer cerca suyo, escuchando sus mociones,
compartiendo afectos, dialogando, rezando. La amorosa presencia Divina en el
alma es el camino que nos ayudará a vencer al hombre fuerte y a lograr tener el
corazón siempre abierto y dispuesto a reconocer al Señor donde se nos presente.
Martín Luque
Fuente: Opus Dei






