En estos tiempos en que muchos ya no quieren casarse, conviene saber qué beneficios trae consigo el sacramento del matrimonio a quienes lo reciben
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Francesca Di Giovanni |
En la actualidad, contraer
matrimonio es una decisión que muchos jóvenes ya no contemplan o que aplazan lo
más posible pues se ha demeritado la relación entre hombre y mujer, dando paso
a otro tipo de relaciones que nada tienen que ver con el matrimonio instituido
por Dios. Recordemos las palabras de nuestro Señor Jesucristo:
«Pero desde el principio de la
creación, Dios los hizo varón y mujer. Por eso, el hombre dejará a su padre y a
su madre, y los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no son dos,
sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre».
(Mc 10,
6-9)
Sin embargo, quienes se
determinan a dar este paso ganan mucho. Esto fue lo que platicó a Aleteia el
Pbro. Jesús Noé Mendoza Lemus, maestro en ciencias de la familia.
Matrimonio: ¿es solo un contrato?
El P. Noé comenta que cuando se
habla de matrimonio, se debe entender en dos dimensiones que tienen amplia
relación: sacramental y legislativa. Es decir, el matrimonio como sacramento es
sagrado y unitivo; y cuando hablamos de su parte legislativa, están de por
medio derechos y obligaciones.
Si lo vemos así, hay una serie de
acuerdos que se pueden entender como un contrato, recordando la parte civil de
la unión. Pero no es solo eso, sino una vocación específica para cumplir el
proyecto de Dios: la familia».
Ahora bien, cuando hablamos sobre
quiénes pueden recibir el matrimonio por la Iglesia, había que considerar lo
que dice el Código de Derecho Canónico, porque por ser un sacramento,
deben ser un hombre y una mujer bautizados, confirmados y libres de
impedimentos, como por ejemplo ser demasiado jóvenes, sufrir de impotencia o
tener parentesco.
Un compromiso serio
El sacerdote menciona que, cuando
hablamos de los cónyuges, hemos de entender esta realidad como sacramento y
como familia, ya que el compromiso de estar unidos es amarse, santificarse y
salvarse juntos; además, ambos actúan como cocreadores a través del acto
conyugal, y una vez teniendo descendencia, deben educar a sus hijos y ser
buenos ciudadanos.
Además, agrega que se trata de
una llamada específica a una vocación específica, explicado con otras palabras:
casarse es corresponder al llamado del amor.
Casarse por la Iglesia, entonces,
requiere de un buen diálogo y acompañamiento, porque hay que tener en
cuenta que el sacramento del matrimonio crea entre los cónyuges un vínculo
perpetuo y exclusivo.
La necesidad de recibir la gracia
de Dios:
Dios mismo ratifica el
consentimiento de los esposos. Por tanto, el matrimonio rato y consumado entre bautizados
no podrá ser nunca disuelto. Sin embargo, dice el P. Noé:
«La gracia que se recibe es
precisamente para poder sobrellevar todo aquello que atañe y atente contra la
dignidad del sacramento, en búsqueda de amarse como el
Señor nos ha amado».
Un mensaje a los jóvenes:
Recordemos lo que el Papa
Francisco dijo en un mensaje de Twitter el 14 de febrero de 2014: «Queridos jóvenes,
no tengan miedo a casarse. Unidos en matrimonio fiel y fecundo, serán felices».
Mónica Muñoz
Fuente: Aleteia