19 – Noviembre. XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario
Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Mateo 25,
14-30
«Es como un hombre que, al irse de viaje, llamó a sus siervos y los dejó al cargo de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó.
El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno fue a hacer un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor.
Al cabo de mucho tiempo viene el señor de aquellos siervos y se pone a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: “Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco”. Su señor le dijo: “Bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor”.
Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: “Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos”. Su señor le dijo: “¡Bien, siervo bueno y fiel!; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor”.
Se acercó también el que había recibido un talento y dijo: “Señor,
sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no
esparces, tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes
lo tuyo”. El señor le respondió: “Eres un siervo negligente y holgazán.
¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues
debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera
recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que
tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no
tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese siervo inútil echadlo
fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”».
Comentario
Hoy la Iglesia celebra el
trigésimo tercer domingo del tiempo ordinario, el último antes de la solemnidad
de Cristo Rey que cierra el año litúrgico. El evangelio reservado para este
domingo recoge la parábola de los talentos, que ilustra la necesidad de aprovechar
los dones que se nos dan para servir a Dios y a los demás.
La historia del hombre que se
marcha y entrega sus bienes a unos siervos para que negocien hasta su vuelta,
tiene dos versiones en los evangelios: la de Lucas (19,11-27) y esta de Mateo.
En la versión de Lucas, el amo entrega a sus tres siervos respectivamente 10
minas, 5 y 1. La mina equivalía a 100 dracmas, es decir, medio kilo de plata.
En cambio, Mateo menciona otra medida, los talentos, entregados en menor número
(5, 3 y 1), pero que representan una cantidad muy superior: en efecto, el
talento equivalía a 6000 dracmas (unos 35 kilos de plata). Los tres siervos
reciben, por tanto, unos 175 kilos de plata el primero, 105 el segundo y 35 el
tercero. Con esta variedad en la distribución, la parábola simboliza la
variedad de los dones y carismas que Dios distribuye según su designio
providente.
“Después de mucho tiempo” (v.
19), el amo de la parábola regresa. Los dos primeros siervos son premiados por
su trabajo. Como explica san Jerónimo, “ambos, pues, reciben igual premio, no
debido a la grandeza de la ganancia, sino por la solicitud de su voluntad”[1]. Estos dos
siervos emplearon todo lo que recibieron, fuera mucho o poco en apariencia, en
beneficio de su amo. Por eso son llamados “siervo bueno y fiel” (v. 21).
En cambio, el tercer siervo no
piensa en su amo ni en su prosperidad, sino en la propia seguridad: por eso
entierra su talento para devolverlo intacto. El amo lo tacha con dureza de
“siervo malo y perezoso” (v. 26). Llama la atención que el señor de la parábola
le quite el talento y se lo dé al que ya tenía cinco. Parece un gesto
incompatible con la bondad y la misericordia de Dios. Además, el amo se refiere
a “los banqueros”, que podrían haber generado intereses. El sentido de la
parábola desconcierta a primera vista y exige una reflexión por nuestra parte.
Por un lado, el Papa Francisco
subrayaba que el patrimonio que el señor entrega a sus siervos en la parábola
representa sobre todo bienes espirituales, es decir, “su Palabra, la
Eucaristía, la fe en el Padre celestial, su perdón”[2]. Quien
aprovecha estos dones y los da a conocer, permite a Dios hacer fructuosa la
propia vida.
Precisamente porque el contenido
principal del patrimonio que se nos da consiste en la gracia de Dios, aquellos
que la reciben con buenas disposiciones y generosidad, se habilitan ellos
mismos para recibir más gracias aún. En cambio, quien no aprovecha los bienes
que Dios le envía y “los entierra”, por pereza y falta de generosidad, quien no
ora ni acude a los sacramentos, se hace voluntariamente incapaz de recibir más
y de crecer para dar más fruto. Por eso dice el Señor “a todo el que tiene se
le dará y tendrá en abundancia; pero al que no tiene incluso lo que tiene se le
quitará” (v. 29).
Por otro lado, cuando nos
disponemos generosamente para el servicio de Dios, en nuestra oración personal
y, en especial, en el sacrificio del altar, sería como poner nuestros talentos
en manos de “banqueros” que garantizan el fruto de nuestros dones. En cambio,
quien es egoísta y busca siempre el beneficio propio, ahoga su fecundidad.
Como advertía san Josemaría, los
talentos representan también nuestras cualidades humanas y capacidades
personales. Y en este sentido, no podemos identificarnos con el siervo que
entierra su talento: “¡Qué tristeza no sacar partido, auténtico rendimiento de
todas las facultades, pocas o muchas, que Dios concede al hombre para que se
dedique a servir a las almas y a la sociedad (…) —señalaba san Josemaría—
¡Desentierra ese talento! Hazlo productivo: y saborearás la alegría de que, en
este negocio sobrenatural, no importa que el resultado no sea en la tierra una
maravilla que los hombres puedan admirar. Lo esencial es entregar todo lo que
somos y poseemos, procurar que el talento rinda, y empeñarnos continuamente en
producir buen fruto”[3].
Por último, una buena manera de
hacer rendir los talentos recibidos es ayudar a los demás a que descubran los
suyos, en definitiva, ilusionarnos con ser dinamizadores de los talentos de los
demás para que también ellos participen de esta divina fecundidad.
[2] Papa Francisco, Ángelus, 16 de noviembre de 2014.
[3] S. Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, nn. 45-47.
Pablo M. Edo
Fuente: Opus Dei