22 – Noviembre. Miércoles. Santa Cecilia, virgen y mártir
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Evangelio según san Lucas 19,
11-28
Mientras ellos escuchaban todo esto, añadió una parábola, porque él estaba cerca de Jerusalén y pensaban que el reino de Dios iba a manifestarse enseguida.
Dijo, pues: «Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después. Llamó a diez siervos suyos y les repartió diez minas de oro, diciéndoles: “Negociad mientras vuelvo”. Pero sus conciudadanos lo aborrecían y enviaron tras de él una embajada diciendo: “No queremos que este llegue a reinar sobre nosotros”.
Cuando regresó de conseguir el título real, mandó llamar a su presencia a los siervos a quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno. El primero se presentó y dijo: “Señor, tu mina ha producido diez”. Él le dijo: “Muy bien, siervo bueno; ya que has sido fiel en lo pequeño, recibe el gobierno de diez ciudades”.
El segundo llegó y dijo: “Tu mina, señor, ha rendido cinco”. A ese le dijo también: “Pues toma tú el mando de cinco ciudades”.
El otro llegó y dijo: “Señor, aquí está tu mina; la he tenido guardada en un pañuelo, porque tenía miedo, pues eres un hombre exigente que retiras lo que no has depositado y siegas lo que no has sembrado”.
Él le dijo: “Por tu boca te juzgo, siervo malo. ¿Conque sabías que soy exigente, que retiro lo que no he depositado y siego lo que no he sembrado? Pues ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses”.
Entonces dijo a los presentes: “Quitadle a este la mina y dádsela al que tiene diez minas”.
Le dijeron: “Señor, ya tiene diez minas”.
“Os digo: al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Y en cuanto a esos enemigos míos, que no querían que llegase a reinar sobre ellos, traedlos acá y degolladlos en mi presencia”».
Dicho esto, caminaba delante de ellos, subiendo hacia
Jerusalén.
Comentario
En el evangelio de hoy se pueden
distinguir dos temas: por un lado un hombre que se marcha para recibir la
investidura real encontrando el odio y la oposición de su pueblo, y por otro
lado los siervos que reciben cada uno una cantidad de dinero para negociar.
Nos encontramos en los últimos
días del año litúrgico y la Palabra de Dios vuelve una y otra vez al final de
los tiempos, presentándonos parábolas sobre el juicio que nos espera y el Reino
que Dios va a instaurar.
La parábola de las diez minas nos
habla de nuestra actitud delante del rey divino que es también nuestro Padre y
Señor. Al observar el mundo de hoy san Josemaría se preguntaba: “¿Por qué
tantos ignoran a Cristo? ¿Por qué se oye aún esa protesta cruel: no queremos
que éste reine sobre nosotros? En la tierra hay millones de hombres que se
encaran así con Jesucristo o, mejor dicho, con la sombra de Jesucristo, porque
a Cristo no lo conocen, ni han visto la belleza de su rostro, ni saben la
maravilla de su doctrina” (Es Cristo que pasa, n. 179).
Con nuestra conducta de vida
cristiana y el apostolado al que estamos llamados todos los bautizados,
volvemos a decir con fuerza: “Regnare Christum volumus! - queremos que Cristo
reine”. Y eso se manifiesta en la manera de utilizar la mina que se nos encomienda.
La versión de Mateo habla de talentos, sin embargo Lucas utiliza este término
que indica una cantidad de dinero correspondiente a algunos meses de sueldo de
un obrero de la época.
Los siervos de la parábola
reciben potestad sobre las ciudades del reino según su capacidad de negociar el
dinero recibido. Pero uno de ellos, por miedo al dueño, ha guardado la mina en
un pañuelo. Cuando el rey al final descubre el gesto de este siervo manda que
se le quite el dinero para dárselo al que ya tenía diez minas. Con esta
enseñanza sorprendente se acaba el cuento del Señor: “A todo el que tiene se le
dará”, o sea a quien tiene un corazón generoso y abierto a hacer la voluntad de
Dios se le dará la oportunidad de hacer cosas grandes.
El reino que Dios va a instaurar
en el mundo empieza en el corazón de sus siervos, nosotros, cuando empezamos a
vivir como hijos que reciben todo de la mano de su Padre, y así damos fruto.
Giovanni Vassallo
Fuente: Opus Dei