Peggy Deleray nació en París y se preparó para actriz en la escuela de Dustin Hoffman
Peggy Deleray nació en Francia, sus padres tienen
orígenes de Martinica, y fue bautizada el 7 de septiembre de 1968 en la iglesia
de Saint Jean Baptiste de Belleville (París), a los 4 meses y medio de nacer. "Para mí es una fecha más
importante que la de mi cumpleaños", reconoce a La Vie.
Peggy fue criada junto con su hermano mayor y su hermana pequeña
por su madre, ya que el matrimonio se rompió poco antes de que ella naciera.
Ese contacto tan estrecho con su madre, una mujer profundamente religiosa, le llevaría a descubrir el tesoro
de la fe cristiana y la preocupación por los más necesitados.
Entre el cine y la empresa
"Mi madre, que era banquera y con un alto nivel de vida, nos decía muchas veces que no nos
apegáramos al dinero, que no despreciáramos a nadie y que tuviéramos
especial atención a los que tienen poco", comenta.
Deleray creció en París y estudió en el instituto católico
Bossuet. Era una buena estudiante, pero también muy sensible. A los 13 años ya
escribía poemas, a menudo en verso. "Sabía que Dios estaba presente y que me hablaba constantemente,
anotaba todo lo que alegraba o atormentaba mi corazón. Encontré una verdad que
me sorprendió, pero que hoy me doy cuenta de que venía de Dios", reconoce.
Peggy no tenía una idea muy clara de lo que iba a hacer con su
vida, pero tenía intuiciones, como un gran interés por la expresión artística.
A los 24 años, se fue a
Londres y se matriculó en el Actors Studio, donde aprendió también el actor
Dustin Hoffman. Para aquel entonces ya se llamaba Peggy Leray, una
sugerencia de su primer agente.
Sus primeros trabajos fueron en el teatro, actuó en París y Aviñón en la
bellísima obra Les Cowifees, de Fatima
Gallaire. Después trabajó en series de detectives, como Crim' y Julie
Lescaut, en los años noventa.
A partir de 1994, la salud de su madre se deterioró debido a una
grave enfermedad. "Ella era para nosotros un modelo de fe, su confianza en
Dios nunca cambió hasta la muerte. La acompañé lo mejor que pude. En su
sufrimiento, ella nos
condujo por un camino de experiencias espirituales que fortalecieron mi fe.
Nos decía a menudo: 'Os amo, mis queridos hijos, pero amo al buen Dios por
encima de todo y antes que a vosotros'", recuerda.
La vida de actriz no era nada fácil y Peggy no tenía una
estabilidad laboral, así
que se dedicó también al mundo de la empresa, ya que hablaba varios idiomas
y tenía experiencia por su madre. Llegó a trabajar en el banco Rothschild y en
Crédit Suisse, y obtuvo el certificado AMF (Autoridad de Mercados Financieros).
En 2010, mientras vivía en Nueva York y planeaba casarse, Peggy
conoció al director Jacques Santamaria, su ángel de la guarda en esta
profesión. Le ofreció un papel en una importante serie que estaba a punto de
rodar. Pero, en 2016, dos días después de su cumpleaños, moría su madre. "Antes de morir, me bendijo
un rato largo. Yo le dije: 'Vete en paz, madrecita'", comenta.
Tocada por la gracia del
Espíritu
Es en ese tiempo cuando se produce un cambio de vida en Peggy, que
se siente cargada de orgullo, alterna con gente de cierta notoriedad y tiene
una mala vida. "El Señor me pidió que eligiera la vida con Él. En 2017 fui
a Sainte Baume, en Var, al santuario de María Magdalena. Una amiga me pidió que
fuera a impartir un taller de coaching. Recé en la cueva donde María Magdalena había pasado sus últimos
años y entendí a qué me llamaba el Señor", afirma.
Tocada por la gracia del Espíritu, Peggy fue animada a dedicarse
al Señor y a hacer todo lo posible para que sus acciones fueran coherentes con
la fe. "Entendí que podía seguir siendo actriz, pero como testigo de Dios,
no de mí misma. Como ya conocía a Dios, que es Amor, la elección no fue
difícil. Cuando me pidió
que eligiera la vida y no la muerte, no dudé. Pero, para ello, tenía que
librar una batalla espiritual contra mi propia debilidad, el orgullo",
dice.
"El carisma que Dios me había dado requería que cada palabra
que dijera, cada historia
que contara, cada gesto que hiciera reflejara la verdad. Tuve que abandonar
las poses, los juegos de rol y la falsedad. Aprendí a apelar al Espíritu Santo
y a las Escrituras", comenta.
Peggy conoció a los carmelitas, se enamoró de la Iglesia de una
manera nueva y se involucró más en su parroquia. En 2018 descubre que no había
recibido el sacramento de la confirmación y recibe este sacramento en la catedral de Notre Dame de
Paris. "Maravilloso recuerdo. Cuando el arzobispo puso su mano sobre
mi hombro, escuché una voz interior: 'Siempre estaré contigo'. Recibí una
unción divina, sentí todo el amor de Dios", asegura.
Pero, el Señor la estaba llamando a ir más allá, haciéndole entender que tenía que
estar atada en alguna parte, como mujer célibe. "Siempre había hecho
retiros en un convento benedictino cerca de Orleans, así que concerté con la
madre superiora para pedirle consejo. Después de escucharme, me dijo: 'Tu lugar
no está con nosotros, está en el Carmelo'", dice.
"Buscando en Internet descubrí que hay tres ramas de esta
orden contemplativa, una de las cuales es secular y se llama Orden de los
Carmelitas Descalzos Seglares. Estoy convencida de que Dios me llamó al Carmelo secular. Él
me replantó en una tierra nueva, donde viviré de las gracias de mi bautismo en
el corazón del carisma carmelitano", comenta. Hizo su primer voto en
noviembre de 2019 y aún no ha asumido su compromiso final.
Los encuentros con sus hermanos carmelitas seglares se llevan a
cabo durante una jornada, que comienza a las 9:15 a. m. y termina después de
vísperas. Se hace oración, se comparte un texto sobre las constituciones, se
celebra la Eucaristía, etc. Desde 2019, Peggy también se prepara en el Instituto Católico de París.
"Esta formación
aporta aún más significado y coherencia a mi vida espiritual, unifica mi fe y
mi razón, y fortalece mi compromiso al
servicio de la Iglesia. El Señor unifica todo mi ser. No estoy sola. A
veces entusiasmada, a veces sin aliento, pero subo al monte Carmelo",
concluye Peggy Deleray.
G. de A.
Fuente: Religión en
Libertad