Todos los hombres
deben seguir a Cristo y conseguir la victoria con El y gracias a Él
Así pues, también a vosotros, queridos todos, a quienes este
mensaje irá a encontrar en todo tipo de lugares, en medio de toda clase de
sufrimientos.
Si la vida humana puede ser comparada con un viaje, yo diría
que ese viaje lleva a lugares muy diversos. Hay pequeños valles risueños,
laderas soleadas, llanuras fértiles..., son los momentos humanamente felices de
la vida, momentos en los que todo os sale bien. Hay también desiertos de arena,
estepas heladas..., y ¿quién no tiene que franquearlos un día u otro? Pero hay
muchos que no hacen en ellos más que una corta estancia. Una enfermedad grave,
aunque de corta duración, y después dirán: «yo sí que sé lo que es estar
enfermo...» Pero no, no lo saben, pues no se han visto obligados a establecerse
en esos lugares áridos. Se parecen a aquel que se atreviera a decir que conoce
la pobreza por haber perdido su cartera durante cuarenta horas.
La persona con discapacidad o enfermedad crónica, reside en
esas tierras estériles; se ve obligado a establecerse en ellas. ¿Cómo va a
reaccionar ante esta perspectiva? O «no aceptará» esta situación: será como un
pájaro enjaulado, chocando e hiriéndose con los barrotes. Mirará hacia las
bellas tierras que ha dejado, y finalmente, comprenderá, pues muchos pensarán:
«Si yo estuviera en su lugar, actuaría igual».
O bien «aceptará» su sufrimiento. No quiero decir con esto
que rechace cuidarse, que desprecie los medios para recobrar la salud. Él sabe
que su deber es buscar su curación, o por lo menos mejorar su estado, a fin de
poseer un mayor valor físico. Pero quiere sacar provecho de las condiciones de
vida que le son impuestas, que serán las suyas por mucho tiempo, para siempre
quizá; en una palabra, hace frente valientemente a esa situación.
«Aceptar» no es dejar de perseguir su curación, sino haber
descubierto junto al objetivo terrenal un objetivo más elevado: mantener por
amor a Dios su corazón disponible a todos.
«Aceptar» para el enfermo es tomar conciencia de las
posibilidades de una vida útil a los demás.
«Aceptar» es prohibirse destacar el precio de su sacrificio
y consentir en dar generosamente sus frutos.
Muy pocos de entre los sanos comprenderán a un enfermo así.
El acepta, no se queja, no entretiene continuamente a los demás con sus
sufrimientos.
Pues dirán: «está acostumbrado», «no sufre tanto». Como si
la aceptación no debiera ser un impulso renovado frecuentemente.
Y este minusválido, con altibajos en su generosidad, pero
siguiendo siempre la misma línea, obtendrá «la perfecta victoria que es el
triunfo sobre sí mismo».
Habrá hecho de su vida una gran obra, mayor que la realizada
por tanta gente mediocre que se agita, esclavizada sensiblemente por los
acontecimientos y por sus pasiones.
¿Quién sopesará sus méritos? Aquel a quien nada se le
escapa. Aquel que lo habrá asociado a su propia pasión y que encontrará su
parecido con El: El gran vencedor de Pascua, el CRISTO RESUCITADO.
(P. François. Pascua 1950)
Fuente: Boletín Entremeses - Fraternidad Cristiana de
Personas con Discapacidad