17.3.16

A VUELTA DE HOJA

Todos los hombres deben seguir a Cristo y conseguir la victoria con El y gracias a Él

Así pues, también a vosotros, queridos todos, a quienes este mensaje irá a encontrar en todo tipo de lugares, en medio de toda clase de sufrimientos.

Si la vida humana puede ser comparada con un viaje, yo diría que ese viaje lleva a lugares muy diversos. Hay pequeños valles risueños, laderas soleadas, llanuras fértiles..., son los momentos humanamente felices de la vida, momentos en los que todo os sale bien. Hay también desiertos de arena, estepas heladas..., y ¿quién no tiene que franquearlos un día u otro? Pero hay muchos que no hacen en ellos más que una corta estancia. Una enfermedad grave, aunque de corta duración, y después dirán: «yo sí que sé lo que es estar enfermo...» Pero no, no lo saben, pues no se han visto obligados a establecerse en esos lugares áridos. Se parecen a aquel que se atreviera a decir que conoce la pobreza por haber perdido su cartera durante cuarenta horas.

La persona con discapacidad o enfermedad crónica, reside en esas tierras estériles; se ve obligado a establecerse en ellas. ¿Cómo va a reaccionar ante esta perspectiva? O «no aceptará» esta situación: será como un pájaro enjaulado, chocando e hiriéndose con los barrotes. Mirará hacia las bellas tierras que ha dejado, y finalmente, comprenderá, pues muchos pensarán: «Si yo estuviera en su lugar, actuaría igual».


O bien «aceptará» su sufrimiento. No quiero decir con esto que rechace cuidarse, que desprecie los medios para recobrar la salud. Él sabe que su deber es buscar su curación, o por lo menos mejorar su estado, a fin de poseer un mayor valor físico. Pero quiere sacar provecho de las condiciones de vida que le son impuestas, que serán las suyas por mucho tiempo, para siempre quizá; en una palabra, hace frente valientemente a esa situación.

«Aceptar» no es dejar de perseguir su curación, sino haber descubierto junto al objetivo terrenal un objetivo más elevado: mantener por amor a Dios su corazón disponible a todos.

«Aceptar» para el enfermo es tomar conciencia de las posibilidades de una vida útil a los demás.

«Aceptar» es prohibirse destacar el precio de su sacrificio y consentir en dar generosamente sus frutos.

Muy pocos de entre los sanos comprenderán a un enfermo así. El acepta, no se queja, no entretiene continuamente a los demás con sus sufrimientos.

Pues dirán: «está acostumbrado», «no sufre tanto». Como si la aceptación no debiera ser un impulso renovado frecuentemente.

Y este minusválido, con altibajos en su generosidad, pero siguiendo siempre la misma línea, obtendrá «la perfecta victoria que es el triunfo sobre sí mismo».

Habrá hecho de su vida una gran obra, mayor que la realizada por tanta gente mediocre que se agita, esclavizada sensiblemente por los acontecimientos y por sus pasiones.

¿Quién sopesará sus méritos? Aquel a quien nada se le escapa. Aquel que lo habrá asociado a su propia pasión y que encontrará su parecido con El: El gran vencedor de Pascua, el CRISTO RESUCITADO.

(P. François. Pascua 1950)


Fuente: Boletín Entremeses - Fraternidad Cristiana de Personas con Discapacidad
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